Muertos sus vigilantes, Los Errantes registraron la habitación de la que habían salido los hobgoblins, pero no había mucho de valor, así que se fueron a descansar antes de volver para seguir con la interminable tarea. Se lo tenían merecido.
Sólo Duncan, Daralhar, Ansear y Gürnyr participaron en la siguiente jornada de exploración. A su regreso al subterráneo del mal, fueron a unas escaleras que aún no habían explorado. De camino para allá pudieron oír alguna patrulla de soldados, y vieron que en una de las paredes de un pasillo parecían haber dibujado una puerta con tiza. Duncan borró aquel diseño e hizo otro igual en la misma pared, a pocos metros. Después siguieron su camino hasta llegar a dichas escaleras, encontrando más cosas extrañas: excrementos de caballo y olor a pelo de caballo… dentro de aquel subterráneo, no dejaba de ser extraño.
Cuando por fin llegaron a las escaleras que buscaban, comenzaron a bajar los mohosos escalones y llegaron hasta un descansillo que hacía recodo y daba a una pendiente, pero al girarlo cayeron en una trampa: todo el suelo se inclinó y cayeron rodando por la resbaladiza rampa yendo a parar a un foso. Daralhar se libró de la caída al conjurar precipitadamente un hechizo de levitación, pero el resto del equipo cayó al fondo del foso que, pese a no ser muy hondo, debía tener el suelo repleto de guijarros de punta, por que quedaron bastante maltrechos. Tratándose de los subterráneos de la catedral del mal, cuando las cosas van mal, tienden a empeorar: en las paredes del foso había docenas de agujeros de los que comenzó a salir un sin fin de ratas que se lanzaron sobre el clérigo y los dos guerreros. Aunque despachurraban a algunas, la cantidad de ratas en el foso era cada vez mayor. Daralhar trataba de llegar hasta el pasillo, pendiente arriba, para atar una cuerda por la que subieran sus compañeros, pero la velocidad de elevación del hechizo era tristemente lenta. Mientras, en el foso, Gürnyr ya agonizaba en el suelo, hecho un ovillo, y Duncan y Ansear intentaban hacer una torre humana para salir como fuera, de forma que Ansear, al estar en la base, comenzó a recibir bocados por todos lados. Lloriqueando, cayó en la deshonra al comenzar a quitarse las ratas de encima y a echárselas a sus compañeros tratando de que mordieran algo que no fuera él. El espectáculo fue lamentable, pero al menos se libró de la muerte. Mientras, el elfo pudo afianzar la cuerda y lanzarla. Duncan curó cuanto pudo a Gürnyr mientras Ansear comenzaba a trepar por la cuerda, pero estaba ya tan mordisqueado y se le subieron tantas ratas encima, que las fuerzas comenzaron a fallarle y sucumbió por sobrecarga de mordeduras. De nada sirvió que Daralhar invocara dos grandes felinos ilusorios, pues había ratas de sobra para ocuparse de ellos y seguir mordiendo a los aventureros. Mientras Duncan y Gürnyr trepaban, Daralhar lanzó nubes de puños aporreantes para cubrir su retirada, y al fin el clérigo y el guerrero pudieron salir. Para Ansear ya era tarde.
Aún estaban recuperando aliento en una habitación contigua (mientras Duncan ya expoliaba el cadáver de Ansear), cuando oyeron una patrulla en el pasillo. Los soldados, al ver la cuerda atada, decidieron bajar por las escaleras a explorar… cayendo todos como besugos en la misma trampa y comenzando otro festín ratuno. Por suerte para ellos, al ser más de tres tocaban a menos mordiscos, por una simple cuestión de matemáticas, y consiguieron matar a todas las ratas y salir con la técnica de la torre humana, no sin que antes las ratas mataran a uno de ellos, y Los Errantes mataran a dos más conforme salían. Parece que ni las ratas sacaron algo bueno de aquella fatídica incursión.
Sólo Duncan, Daralhar, Ansear y Gürnyr participaron en la siguiente jornada de exploración. A su regreso al subterráneo del mal, fueron a unas escaleras que aún no habían explorado. De camino para allá pudieron oír alguna patrulla de soldados, y vieron que en una de las paredes de un pasillo parecían haber dibujado una puerta con tiza. Duncan borró aquel diseño e hizo otro igual en la misma pared, a pocos metros. Después siguieron su camino hasta llegar a dichas escaleras, encontrando más cosas extrañas: excrementos de caballo y olor a pelo de caballo… dentro de aquel subterráneo, no dejaba de ser extraño.
Cuando por fin llegaron a las escaleras que buscaban, comenzaron a bajar los mohosos escalones y llegaron hasta un descansillo que hacía recodo y daba a una pendiente, pero al girarlo cayeron en una trampa: todo el suelo se inclinó y cayeron rodando por la resbaladiza rampa yendo a parar a un foso. Daralhar se libró de la caída al conjurar precipitadamente un hechizo de levitación, pero el resto del equipo cayó al fondo del foso que, pese a no ser muy hondo, debía tener el suelo repleto de guijarros de punta, por que quedaron bastante maltrechos. Tratándose de los subterráneos de la catedral del mal, cuando las cosas van mal, tienden a empeorar: en las paredes del foso había docenas de agujeros de los que comenzó a salir un sin fin de ratas que se lanzaron sobre el clérigo y los dos guerreros. Aunque despachurraban a algunas, la cantidad de ratas en el foso era cada vez mayor. Daralhar trataba de llegar hasta el pasillo, pendiente arriba, para atar una cuerda por la que subieran sus compañeros, pero la velocidad de elevación del hechizo era tristemente lenta. Mientras, en el foso, Gürnyr ya agonizaba en el suelo, hecho un ovillo, y Duncan y Ansear intentaban hacer una torre humana para salir como fuera, de forma que Ansear, al estar en la base, comenzó a recibir bocados por todos lados. Lloriqueando, cayó en la deshonra al comenzar a quitarse las ratas de encima y a echárselas a sus compañeros tratando de que mordieran algo que no fuera él. El espectáculo fue lamentable, pero al menos se libró de la muerte. Mientras, el elfo pudo afianzar la cuerda y lanzarla. Duncan curó cuanto pudo a Gürnyr mientras Ansear comenzaba a trepar por la cuerda, pero estaba ya tan mordisqueado y se le subieron tantas ratas encima, que las fuerzas comenzaron a fallarle y sucumbió por sobrecarga de mordeduras. De nada sirvió que Daralhar invocara dos grandes felinos ilusorios, pues había ratas de sobra para ocuparse de ellos y seguir mordiendo a los aventureros. Mientras Duncan y Gürnyr trepaban, Daralhar lanzó nubes de puños aporreantes para cubrir su retirada, y al fin el clérigo y el guerrero pudieron salir. Para Ansear ya era tarde.
Aún estaban recuperando aliento en una habitación contigua (mientras Duncan ya expoliaba el cadáver de Ansear), cuando oyeron una patrulla en el pasillo. Los soldados, al ver la cuerda atada, decidieron bajar por las escaleras a explorar… cayendo todos como besugos en la misma trampa y comenzando otro festín ratuno. Por suerte para ellos, al ser más de tres tocaban a menos mordiscos, por una simple cuestión de matemáticas, y consiguieron matar a todas las ratas y salir con la técnica de la torre humana, no sin que antes las ratas mataran a uno de ellos, y Los Errantes mataran a dos más conforme salían. Parece que ni las ratas sacaron algo bueno de aquella fatídica incursión.