Resumen sesión 07/11/2009 por Daralhar
Mientras los Errantes aún rezongaban en sus catres Gürnyr, que ya estaba levantado, atisbó por la ventana a una figura encapuchada entre la niebla. Despertó a todo el mundo y se pusieron en guardia.
El encapuchado se acercó a la cabaña y llamó a la puerta, identificándose como Bastongrís ante las preguntas de sus inquilinos. Sin fiarse mucho, Duncan le atendió. Tenía las pintas de Bastongrís, su cara y su voz, pero ¿quién podía fiarse en aquellos tiempos? ¿Cómo los había encontrado? Ante la insistencia del viejo, Duncan tuvo que dejarle pasar. El áspero druida no parecía muy contento con la poco cálida bienvenida, ignorante de los avatares que los Errantes habían sufrido últimamente. Traía un paquete para Duncan de parte de su padre, y un pergamino con un poema que alguien dejó extraviado en la posada de Hommlet, en el que parecía hablar sobre el Templo del Mal Elemental. En él se hacía alusión a dos personas, pareja, amantes o algo así, que una vez gobernaron el templo. Cuando las fuerzas del bien lo asaltaron, él huyó, pero ella decidió quedarse y fue confinada allí. Se aludía también a una llave fragmentada en cuatro partes que nunca fue encontrada. Todo bastante enigmático y nada claro.
El encapuchado se acercó a la cabaña y llamó a la puerta, identificándose como Bastongrís ante las preguntas de sus inquilinos. Sin fiarse mucho, Duncan le atendió. Tenía las pintas de Bastongrís, su cara y su voz, pero ¿quién podía fiarse en aquellos tiempos? ¿Cómo los había encontrado? Ante la insistencia del viejo, Duncan tuvo que dejarle pasar. El áspero druida no parecía muy contento con la poco cálida bienvenida, ignorante de los avatares que los Errantes habían sufrido últimamente. Traía un paquete para Duncan de parte de su padre, y un pergamino con un poema que alguien dejó extraviado en la posada de Hommlet, en el que parecía hablar sobre el Templo del Mal Elemental. En él se hacía alusión a dos personas, pareja, amantes o algo así, que una vez gobernaron el templo. Cuando las fuerzas del bien lo asaltaron, él huyó, pero ella decidió quedarse y fue confinada allí. Se aludía también a una llave fragmentada en cuatro partes que nunca fue encontrada. Todo bastante enigmático y nada claro.
Duncan abrió el paquete de su padre con el recelo digno de alguien que espera que le estalle en la cara. Dentro había una perla mágica que le permitiría respirar bajo el agua y una carta de su padre que leyó para sí. Bastongrís quiso quedarse a desayunar, pero el clérigo no fue muy hospitalario por desavenencias entre la fe de ambos, y sólo le ofreció gachas de San Cuthbert, así que el viejo, enfadado, se fue a desayunar lo que el bosque pudiera ofrecerle. Anseas, que sí creyó en el viejo, se fue con él y éste agradeció su confianza dándole unas bayas mágicas.
Dejando allí a Traspié, Sun Tzu, Assiul y Lajoar para vigilar el chozo, los Errantes se encaminaron al templo para afrontar otra dura jornada de trabajo. Una espesa niebla, más espesa que de costumbre, lo cubría todo y estuvieron a punto de perderse en una zona en la que el camino viejo se desdibujaba en las inmediaciones del bosque nudoso. Afortunadamente, esta vez no se extraviaron.
Bajaron por la vicaría Este y siguieron por un pasillo hacia el Norte, hasta la puerta con trampa de hielo que Duncan tanteó la última vez. Esta vez el clérigo se había preparado un hechizo de disipación de magia con el que logró borrar las runas de protección de la puerta pero ¡Oh, cruel destino! (por no decir más bien, putada), Traspié, el experto en cerraduras, no venía hoy con ellos y la puerta estaba cerrada con llave, así que Anseas intentó abrirla de la misma manera que lo intenta todo: a golpes. Pero la puerta cedía muy poco a poco, y estaban formando un gran escándalo. Daralhar decidió probar otra cosa: hizo un paquete con un pergamino y un polvo negro explosivo que encontró ni recordaba cuándo (lo que él solía llamar “harina mejorada”), y lo colocó metido en la cerradura. Con un jirón de tela hizo una suerte de mecha y la prendió. La deflagración hizo mucho ruido y poco efecto; la cerradura resistió estoicamente, así que Anseas continuó con su método. Varios escandalosos golpes más tarde, la puerta estaba medio astillada, y tras ella se oían murmullos, así que convinieron que sería mejor dejar aquello por el momento y explorar por otro sitio, a poder ser alejados de allí. Hala, ahí os quedáis con la puerta rota...
Siguieron por el pasillo en dirección opuesta hasta desembocar en el pasillo ancho de los braseros, torcieron a la izquierda y se metieron por el pasillo de la biblioteca. Tras la puerta del falso muro el pasillo continuaba hacia el Sur, pero a la derecha había otra puerta, por la que entraron, avanzando por un pasillo hasta una encrucijada en forma de tridente en la que además de los pasillos había otra puerta. Torcieron a la izquierda y al final del pasillo encontraron una puerta cerrada. Decidieron dejarla así para no repetir lo mismo de la otra puerta. Volvieron a la encrucijada y probaron suerte con la puerta que había al lado de ella. No parecía estar cerrada, así que Duncan pegó la oreja y luego la abrió… encontrándose un pequeño recibidor que daba a otra puerta, y en el que cuatro jabalineros apiñados en perfecta formación esperaban a que alguien asomara. Uno de ellos fue a tirar de una cuerda cercana, pero Daralhar fue más rápido y los durmió a todos con un hechizo. De momento no habían dado la alarma, así que todo iba bien, o lo fue durante unos minutos, ya que en cuanto los ataron, Duncan comenzó a quitarle su equipo a uno de ellos, y con el ruido alguien abrió la puerta y pilló a los Errantes in fraganti. La antecámara daba a una habitación con literas donde había varios soldados. Al fondo de ésta, en un portal que daba a otra habitación con más literas, había más soldados, ballesteros apostados tras una barricada de sacos, y tras ellos, un barbudo enorme con un hacha en ristre y otro con pinta de suboficial daban la orden de zafarrancho. Gürnyr y Anseas se lanzaron al combate mientras Duncan iba tras ellos para dispensar curaciones. Daralhar lanzó un hechizo de sueño, eliminando del combate a varios soldados. Viendo esto, el bestia barbudo se lanzó al combate bramando mientras su secuaz llamaba a un tal “Harsh” a través de una puerta que daba a una tercera habitación más allá de estas dos.
Cuando Gürnyr y Anseas llegaban al combate con el barbudo, tras la barricada asomaron nueve soldados con redomas del conocido aceite inflamable que un día dio fin a las correrías de Awaie. Se presagiaba una tragedia, pero esta vez no fue para los Errantes…
A veces las cosas pequeñas marcan grandes diferencias. Conocido es que los elfos son por naturaleza algo más ágiles que los humanos. A menudo esto no supone gran diferencia, pero en esta situación lo decidió todo: antes de que los soldados pudieran lanzar sus mortíferas redomas, Daralhar durmió a cinco de ellos, por lo que sus bombas incendiarias cayeron al suelo, prendiendo en llamas a todo el grupo y convirtiendo aquella zona en un infierno. La deflagración se convirtió en un efecto en cadena cuando los que aún quedaban en pie dejaron caer sus bombas al suelo o les estallaron en la mano. Como consecuencia, toda la unidad fue casi aniquilada, junto con varios ballesteros que yacían dormidos en la zona, mientras sus gritos se mezclaban con la risa maníaca de Daralhar y los vítores de sus compañeros.
Pero, la lucha aún no había acabado, y el jefe de todo aquello atacaba con saña a Anseas buscando su cuello con un hacha que despedía un aura mágica. Sin embargo Anseas eran casi más bruto que su enemigo, y los golpes de su alabarda, sin magia ni nada, abrían profundos tajos en el barbudo capitán, mientras le contaba lo que pensaba hacer con su barba cuando lo matara. Las curaciones de Duncan en su retaguardia marcaban la diferencia definitiva. Los soldados comenzaban a estar más que asustados, pero al parecer no les quedaba otra que luchar, ya que no había salida.
Al fondo de la habitación, el suboficial llamaba desesperadamente a alguien al otro lado de la puerta, pero no le abrían, así que se dio media vuelta y se unió a la refriega. Conforme llegaba, otro hechizo de sueño le hizo caer, y para él se acabó la lucha, igual que para los pocos soldados que quedaban. Mientras Anseas y Gürnyr acababan con el jefe, que caía estruendosamente como un árbol talado.
Demasiado fácil… Daralhar, sintió ruido a su espalda y vio a dos oficiales enlatados en corazas de bronce seguidos de cinco jabalineros más que acababan de sorprenderles por retaguardia. Se habían acercado hasta su cogote y no se había dado ni cuenta. Uno de los oficiales lanzó una jabalina que chisporroteó en el aire y, transformándose en un enorme relámpago, atravesó a Gürnyr, Anseas y Duncan sembrando la destrucción a su paso. Anseas cayó medio muerto por el shock y el dolor, pero consiguió mantenerse consciente. Los otros dos resultaron malheridos, pero consiguieron mantenerse en pie. Duncan, el más curtido, pareció aguantar la tremenda descarga mejor que nadie.
Daralhar, atónito con todo aquello, comenzó a correr para situarse en retaguardia cuando comenzaron a lloverle jabalinas. Por suerte todos los soldados estaban fallando… salvo uno de ellos, que tenía el día inspirado y lanzó el venablo con tal fuerza y precisión que logró encastrárselo al mago allí donde la espalda pierde su nombre. La cota de malla de sus ancestros, por muy cómoda que resultara, poca protección le dio ante aquello. Jurando a voces que mataría de forma horrible al culpable de aquello, el conmocionado elfo se puso en pie como pudo y corrió a mejor posición táctica cruzándose con Gürnyr, que cargaba contra el enemigo con sus últimas fuerzas. Recordándolo más tarde, Daralhar juraría que aquel cretino iba riéndose…
Viendo que Gürnyr era la última línea de defensa, Duncan lo curó primero a él, dejándolo otra vez a pleno potencial, mientras Daralhar frenaba al grueso de tropas con un hechizo de grasa, del que sólo se libró uno de los oficiales.
En cuanto Duncan pudo, dispensó curación a Anseas, que se puso en pie de un salto y se lanzó al combate. Cuando llegó se encontró que uno de los oficiales conseguía salir de la grasa, y el otro yacía en el suelo como tortuga boca arriba. Un rayo de debilitamiento lanzado por Daralhar había reducido tanto las fuerzas del tipo que no podía con su pesada armadura de bronce, y Gürnyr trataba de ensartarlo en el suelo, así que Anseas se encaró con el otro.
Al fin Duncan tuvo un momento que dedicar a la herida de Daralhar. Había visto heridas bastante más graves a lo largo de sus aventuras, pero aquella le revolvió el estómago de especial manera. Aun así se sobrepuso como buen profesional. Al mago, por su parte aún le quedaba otro rayo de debilitamiento, con el que repitió la operación con el otro oficial enlatado, que quedó igualmente tirado en el suelo. Todos los soldados habían conseguido salir de la grasa, menos uno de ellos, y estaban visiblemente nerviosos. Gürnyr y Anseas estaban pasando a cuchillo a sus dos oficiales, y Daralhar atravesó de parte a parte con una flecha al que quedaba en la grasa. Luego se encaró a los otros y mostrando la jabalina ensangrentada comenzó a preguntar a voces quién la había lanzado. Mientras los soldados corrían como conejos, uno de ellos se atribuyó la autoría, y el mago tomó buena cuenta de su cara para convertirlo en una brocheta si algún día volvía a encontrarle. Era un tipo bigotudo con una cicatriz en la cara.
Al fin, libres de enemigos, pudieron atar a los prisioneros y saquearlo todo, tras lo cual comenzó un sumario juicio en el que Duncan, faltando a la palabra que había dado a Daralhar, ofreció la libertad a quienes prometieran ser buenos y no unirse más a las fuerzas del mal. Aquella chusma aceptó encantada. Entre la poca información útil que consiguieron sacarles, averiguaron que en la habitación contigua se encontraba Romag y su secuaz el jorobado Harsh. La habitación tenía una puerta de piedra y no había forma de abrirla. Presumiblemente no tenía salida, pero los Errantes asumieron que debía tener alguna ruta de escape secreta. Además, casi todo aquel primer nivel de catacumbas estaba ocupado por sirvientes de la Tierra Elemental. Con eso Duncan se daba por satisfecho, pero Daralhar se sentía timado: perdonar de toda culpa y liberar a aquellos esbirros a cambio de algo de información vaga no era su idea de trato equilibrado, y menos a un oficial del templo. Los otros Errantes no decían nada, así que ambos se pusieron a discutir sobre el destino del prisionero, hasta que éste pidió hablar con Duncan en secreto. Al principio Daralhar se negó pero luego vio que el reo pensaba proponer algo interesante. Aunque no se fiaba, accedió. Su nombre era Zowel, y propuso a Duncan hacerse pasar por superviviente del asalto y asesinar a Romag por la espalda por 500 piezas de oro. Los Errantes convinieron rápidamente en que el trabajo bien las valía… suponiendo que pudieran fiarse de aquel tipo. Decidieron no darle más vueltas. Liberaron a todos los prisioneros, quedándose Zowel rezagado. Volvieron a darle un equipo de soldado (por un valor que ya era casi la mitad del pago) y le dejaron hacer, sin embargo no iba a ser tan fácil. Por más que el oficial llamó a la puerta de piedra representando su papel, nadie le abrió. Además, la puerta de piedra tenía una mirilla, con lo cual el plan comenzaba a tener profundas lagunas. Sin saber qué hacer, decidieron dejarlo allí, a modo de agente infiltrado, esperando que tuviera la oportunidad de cumplir su misión. Daralhar tenía la impresión de que el próximo día encontrarían la cabeza del soldado en una pica a la entrada del templo, o bien de que les tenderían una trampa en aquellos oscuros pasillos, o ambas cosas. Aquello no podía salir bien…
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