El Templo del Mal Elemental

Este es el blog oficial de la partida de HackMaster de las Sirenas, auspiciados por la asociación de rol El Dirigible, en Sevilla. Dirigida por Carlos Burón, en esta dura campaña de Gary Gigax los jugadores, conocidos como Los Errantes, sudan sangre y fichas de personaje enfrentándose a las fuerzas del Templo del Mal Elemental. Aquí podrás encontrar resúmenes, informaciónes varias, y (espero) material que aporten los jugadores. ¡A leer!

martes, 8 de marzo de 2011

La conquista del fuego

Resumen sesión 04/03/2011 por Daralhar Anuir


Los Errantes estaban (una vez más) en el pasillo del gato muerto, mirándose las caras desmoralizados por la
ausencia de victorias últimamente. Mientras deliberaban qué hacer, de un rincón oscuro surgió una conocida figura alta y delgada. Traspié estaba de nuevo con ellos. Como de costumbre nadie le había oído llegar. A quienes sí oyeron llegar desde un rato antes que aparecieran fue a un clérigo y a un druida bastante feo que parece que se las habían apañado para seguir al ladrón. Al druida sí lo conocían, pero al clérigo no. Éste resultó llamarse Vultez, y representaba a otra deidad que no era San Cuthbert, lo cual ya hizo empezar con mal pie las presentaciones. Aun así, en tiempos desesperados se hacen alianzas extrañas, y Duncan, muy a su pesar, permitió que aquel infiel se quedase en el grupo. El druida dijo venir buscando una piedra que existía en el templo que le curaría la fealdad. Cada cual persigue su quimera.

Ahora que tenían más gente para hacer bulto, se envalentonaron y decidieron ir al templo del fuego a darle un segundo vistazo. Siguieron hacia el Sur aquel mismo pasillo, pasando una puerta secreta y cerrándola tras ellos. Más adelante las galerías se hicieron más húmedas, y luego llegaron a la sala del trono de Oolgrist, que ahora parecía vacía y abandonada precipitadamente. Traspié hizo un somero registro de la estancia, pero no había nada, así que siguieron adelante, por una galería donde hacía bastante calor y había telarañas. Luego viraba al Norte y llegaba a unas estancias donde derrotaron a cierto clérigo maligno… y donde dejaron cierto cofre de latón gruesete que no había forma de abrir, pero esta vez llevaban a Traspié, que si se descuida lo abre casi sin querer.

El contenido del cofre, no obstante, fue algo decepcionante: una cota de malla, una maza de aspecto maligno, ropones lujosos y 100 monedas de oro es todo lo que había. Lo justo para armar al recién llegado Vultez. Una vez resaqueado lo ya saqueado, llegaron a la antesala del templo del fuego. Una enorme cortina los separaba del maligno lugar. Asomaron un ojo y pareció no haber nadie, así que entraron y se pusieron a inspeccionarlo todo: una gran campana tubular, un foso con ascuas en el que Daralhar les previno de echar ningún carbón, un par de braseros con una especie de lava en ellos, dos mesas octogonales y una gran piedra con calaveras de oro a modo de altar que, en cuanto Duncan la tocó, llenó todo el templo con una explosión de llamas, tostando un poco a los presentes. Después de la gracieta, decidieron que era mejor no tocarla… con la mano. Garlic sacó su hacha y trató de hender la piedra de un golpe, con idéntico resultado. Oliendo ya a cuerno quemado, los errantes decidieron volverse a la sacristía previa por si las llamas, y dejar que quien quisiera se pusiera a juguetear con el altar, y efectivamente Duncan siguió haciendo experimentos. Desmenuzó un trozo de carbón y echó la ceniza por el altar, buscando algo invisible en él, pero no encontró nada. Luego, él y Garlic hicieron sonar la gran campana, y la voz ominosa del fuego habló preguntando quién osaba importunar al fuego elemental. Duncan se presentó con la típica arrogancia todo clérigo frente a un dios falso, pero el diálogo no llegó muy lejos. Luego probó a verter algo de lava de los braseros sobre el altar (con todo el grupo escondido en la sacristía cercana, esperando lo peor). Al hacer eso, la voz del fuego habló de nuevo, pidiendo un sacrificio humano. Sopesaron si secuestrar algún sectario y arrojarlo, o bien lanzarle al druida, que entre lo feo y lo churrascado que estaba, casi mejor era ya librarle de su agonía. Finalmente se impuso la voz de Duncan dictaminando que no harían ningún sacrificio humano. Cogió una redoma de agua bendita y la vació sobre las ascuas para apagarlas, a lo que la voz del templo del fuego replicó “¡¿Qué estás haciendo, desgraciaoooo?!”, y al instante salieron del pozo doce salamandras con lanzas de fuego que comenzaron a atacar a los Errantes.

Daralhar consiguió eliminar a un par de ellas con proyectiles mágicos, y Garlic hirió a otra pero el resto de Errantes no hicieron más que fallar o pifiar mientras los bichos repartían impactos críticos entre los aventureros. Y los que acertaron su golpe, como Traspié con su ballesta, descubrieron que los bichos eran inmunes a las armas mundanas. En los primeros diez segundos de combate, los bichos atravesaron la muñeca de Gürnyr, que dejó caer su espada, seccionaron el hombro de Garlic, que quedó con el brazo izquierdo inutilizado, y destrozaron una pierna a Daralhar, que cayó inconsciente. Mientras, el druida feo había quebrado su cimitarra pifiando. La cosa se presentaba mal, tal como había vaticinado el agorero de Daralhar.

Mientras los Errantes trataban desesperadamente de no romperse a cachos y de paso ensartar alguna salamandra, el veneno ígneo inoculado por las puntas de las lanzas comenzó a dañarles aún más. Esto hizo que Daralhar volviera a estar consciente… sólo para llevarse otro lanzazo en el pecho mientras trataba de activar el Anillo de las Estrellas. Peor suerte estaba teniendo el druida feo, al que lo estaban ensartando a dúo y cayó inconsciente. Por el otro lado de la refriega, Traspié había conseguido una espada mágica y le estaba dando buen uso, mientras Gürnyr y Garlic se ganaban el jornal como mejor sabían: a hostias. Duncan dispensaba curaciones entre los guerreros. Vultez, hastiado de que su maza no hiciera nada, se puso en defensa para distraer al bicho que Traspié estaba apuñalando por la espalda.

Cuando el mago consiguió invocar la lluvia de chispas del anillo, contempló la lluvia más patética de toda la campaña. Aun así dos salamandras se consumieron con las chispas, otra más se suicidó pinchándose la cola con su lanza, y otra fue reducida a pulpa entre Garlic y Gürnyr en medio de alaridos de furia y gruñidos porcinos. Aun así quedaban tres que seguían dando por culo, pero no duraron mucho. Una cayó por misiles mágicos y otra ensartada por Traspié. La última fue masacrada por Gürnyr y Garlic mientras resbalaba en un charco de grasa. Y así, casi al límite, los Errantes salieron victoriosos… aunque no todos. Cuando alguien fue a despertar al druida con eso de “venga, que no ha sío pa tanto”, resultó que éste había muerto desangrado. Aquella deforme criatura al fin había descansado… o eso ocurriría en un mundo normal, con amigos normales. Por desgracia estaba entre los Errantes, con lo cual al druida cadáver aún le quedaba por aguantar bastante.

Ahora que ya estaban tranquilitos (y tullidos, y alguno incluso muerto), se dedicaron a seguir experimentando con el templo del fuego. Vertiendo algo de potingue incandescente en el altar, Duncan consiguió que la campana se pusiera a tocar repetidamente. La voz del fuego habló de nuevo, pidiendo otra vez un sacrificio, pero al ver que sus sirvientes ya no estaban en el foso de ascuas, no insistió más y quedó callada. El agua bendita había apagado parte de las ascuas, así que los Errantes vertieron más agua sobre ellas, pero ésta se evaporaba al contacto con el fuego, de modo que tuvieron que utilizar agua bendita. Con tres redomas más, el foso se apagó completamente. Aquella técnica parecía buena. Había que conseguir que Duncan bendijera una piscina entera.

Sin embargo el altar seguía allí, y seguía soltando llamaradas si se le molestaba, y no sabían qué hacer con eso. Mientras se rayaban, Traspié saltó al foso de ascuas y comenzó a escarbar preguntándose si habría algo, o cómo sería de profundo el foso, o quizá el fino olfato del ladrón le decía que aquello era un buen escondite. Garlic se puso a ayudarle, y al rato todos los Errantes estaban ayudando a sacar carbones de lo profundo como era aquello. Finalmente, Traspié dio con algo duro: un cofre. Lo sacaron y el ladrón lo examinó bien buscando trampas. Parecía despejado, así que abrió la cerradura. Dentro había una espada, un anillo y un par de frascos blancuzcos. Al ver el arma Gürnyr gritó “¡Mía!”, y fue a cogerla. Aquel alarde de codicia le costó su última mano disponible, pues una cuchilla de guadaña barrió toda la boca del cofre y se la seccionó por la muñeca. El guerrero miró con horror el muñón mientras, el resto miraba la mano, que había caído dentro del cofre. Desastre a la vista…

Traspié volvió a examinar aquello y se dio cuenta de que se trataba de una trampa mágica, más allá de sus habilidades de desactivación.. Pensaron un poco mientras Gürnyr hacía maniobras extrañas para conseguir tomarse una poción de curación sin usar las manos. Daralhar y Traspié tuvieron la idea de trabar la cuchilla con una espada, y eso hicieron a la vez, pero la cuchilla cortó limpiamente ambas espadas cortas… lamentablemente la espada de Traspié era mágica. Las desgracias nunca vienen solas. Aquello pintaba cada vez peor, pero no iban a irse sin coger el contenido del cofre, así que decidieron volcarlo, y el contenido salió por el suelo sin más problema. Garlic se puso el anillo conforme cayó, y comprobó que se había inmunizado al fuego (los Errantes estaban especialmente intuitivos ese día), y Gürnyr se llevó su mano dándole pataditas. Ésta presentaba ahora un aspecto putrefacto.

Después que el enano se bañara en lava sólo para vacilar, cogió la espada y la acercó para probarla al altar (mientras el resto de los Errantes buscaban refugio previendo las inminentes llamaradas). Las llamaradas salieron, pero no dañaron al enano. Sin embargo, éste comenzó a escuchar una voz en su cabeza que resultó ser la de la espada. Garlic juró lealtad a su señora la espada, y ésta le dejó ser su brazo ejecutor.
Viendo que aquel trasto sabía lo que se hacía, le preguntó cómo acabar con el templo del fuego, y ésta le dio la clave: quitar las calaveras de oro y la estrella del altar de piedra. El enano hizo eso mientras la estancia se inundaba con continuas llamaradas de fuego, pero su anillo le inmunizaba a semejante despliegue ígneo. Cuando quitó la última calavera, sacó la estrella, y el fulgor del templo quedó apagado y muerto. Aquello ya sólo era una estancia como cualquier otra. Al fin algo parecido a un avance en todo aquello. Y además las calaveras y la estrella eran de oro macizo: más tesoro para no poder gastarlo.

Tras el éxito obtenido, Garlic decidió empezar con las preguntas difíciles, y preguntó cómo podría resucitar al druida y reintegrarle la mano a Gürnyr. La espada le dijo que la introdujera en el cuerpo muerto del druida a ver si se le ocurría algo, pero tras acuchillar al pobre druida defenestrado la espada confesó que sólo quería probar la sangre humana, que llevaba sin catarla, así que Garlic, con el brillo de la locura en sus ojos, le dio otra “probadita” a la espada, para tenerla contenta, mientras los Errantes comenzaban a ver a ese enano psicópata como alguien a quien no dejarías precisamente al cuidado de tus hijos...

Decidieron pasar la noche allí mismo, en el extemplo del fuego elemental, y al día siguiente Duncan dispensó curaciones a todo el mundo, salvo a Vultez, que prefirió medio curarse con sus propios poderes con tal de no pasar por el aro de beneficiarse de los poderes de otro dios. Después vino el momento de seguir puteando al druida, que aún estaba lejos de poder descansar en paz. Duncan se empeñó en volver a usar de nuevo su hechizo de “semirresurrección”, ése que tan buen resultado había dado hace meses con Llagular. Preparó toda la parafernalia y entonó el hechizo. El druida comenzó a levantarse, pero se le había ido la chaveta definitivamente: se le cayó todo el pelo, su fealdad se acrecentó, actuaba como una viejecita sorda y cegata... aquello era dantesco, pero Duncan parecía feliz con el resultado. Al menos, la próxima vez que algún templo pidiera un sacrificio, quizá podrían hacerle un favor al pobre diablo.
Gürnyr, por su parte, no tenía mucha mejor pinta: se había incrustado el mango de la Lengua de Llamas en el muñón, entre los dos huesos del antebrazo, y con ese engendro pensaba pegar a sus enemigos. Aquello olía a gangrena en las próximas horas...

Envalentonados por la victoria del día anterior, los Errantes (y el bulto andante) se encaminaron al templo del aire, a corta distancia de allí. Entraron en la cámara octogonal, donde todo parecía igual de maligno y misterioso que la primera vez. Garlic preguntó a su espada por puertas secretas, las cuales supuestamente podía percibir, pero ésta no detectó nada, lo cual escamó un poco a Daralhar, ya que al mago le constaba que en aquella estancia sí había una puerta secreta (tras la que una vez hubo un fantasma).
Allí, la bruma seguía brotando incesantemente de dos braseros malignos. Duncan cogió uno de los braseros y volcó su contenido, haciendo que dejase de funcionar. Traspié siguió su ejemplo, pero lejos de hacerlo despacio, como el clérigo, lo hizo de una patada, levantando una espesa niebla tóxica que hizo que salieran todos pitando al pasillo, algunos de ellos tosiendo. Moraleja: no hacer el gamberro en el Templo del Aire.