El Templo del Mal Elemental

Este es el blog oficial de la partida de HackMaster de las Sirenas, auspiciados por la asociación de rol El Dirigible, en Sevilla. Dirigida por Carlos Burón, en esta dura campaña de Gary Gigax los jugadores, conocidos como Los Errantes, sudan sangre y fichas de personaje enfrentándose a las fuerzas del Templo del Mal Elemental. Aquí podrás encontrar resúmenes, informaciónes varias, y (espero) material que aporten los jugadores. ¡A leer!

martes, 3 de noviembre de 2009

Mosquitos y malos augurios

Resumen sesión 02//11/2009 por Daralhar

Tras la dura batalla, los errantes registraron los cuartos de donde provenían los necrófagos. Uno era una cámara con viejos tapices y ropa anticuada, tras uno de los cuales había una hermosa cota de mallas élfica, que el grupo estuvo de acuerdo en ceder al mago, por la buena relación del objeto entre protección y baja capacidad de estorbo. La otra habitación, donde Assiul se jugó la vida, era un viejo dormitorio, en el que hallaron un viejo cofre con algunas monedas. Anexo a él había una pequeña cámara de transición en la que a Duncan le pareció notar algo raro, pero por más que buscaron no encontraron nada oculto, así que decidieron volver al campamento para intentar resucitar a Gorgomor. Una vez allí, esperaron al día siguiente para que Duncan tuviera el hechizo listo. El cadáver de Gorgomor presentaba un aspecto verdoso-tumefacto. Duncan preparó toda la parafernalia sancuthbertiana y comenzó el ritual. El cadáver de Gorgomor comenzó a volver a la vida, pero su rostro quedó aún más deforme que antes, se le cayó otro dedo y cogió extrañas manías, como un extraño miedo a los monjes y un odio psicópata hacia los semielfos que casi le llevó a enfrentarse con Luthien, el caballero protegido de Duncan (cosa que el caballero estaba esperando fervientemente). Daralhar estaba a punto de dormir al bersérker cuando apareció por alli Sun Tzu, su protegido, y el deforme guerrero giró en redondo y corrió a esconderse, mientras Luthien le perseguía buscando el combate. Aquello empezaba a ser circense. Duncan sacó una joya de su bolsillo y mandó a Luthien a la catedral de Verbovonc para ver si el diácono Alarek se la cambiaba por un pergamino de restauración. Para evitar males mayores, los Errantes se fueron a toda prisa al templo a seguir con la tarea y buscarle entretenimiento a Gorgormor. El grupo estaba compuesto ahora por Duncan, Daralhar, Gorgomor, Anseas y Assiul.

Volvieron a bajar por la vicaría Este y llegaron al salón de las arpías, donde decidieron registrar los nidos por si había algo de valor en ellos. Tras varios intentos tratando de enganchar una cuerda en uno de los nidos, optaron por usar un hechizo de levitación para que Assiul los explorara flotando cual globo. Toda una operación para no encontrar más que huesos roídos en los malditos nidos, así que avanzaron hacia el Norte, y cruzando el dormitorio necrófago y la antecámara, llegaron a otro pequeño dormitorio que además hacías las veces de santuario de la Tierra Elemental. Al registrarlo encontraron un gran cáliz de oro lleno de monedas y algunas gemas, que sacaron de su hornacina con mucha desconfianza tras palpar, examinar, volver a palpar, volver a examinar, moverlo poco a poco… Al final Gorgomor cogió el cáliz con sus manazas y lo usó para servirse un copón de agua. En fin, parece que no había trampas, y ahora tenían un buen tesoro que llevarse al saco.

El santuario no parecía tener salida, así que cruzaron de vuelta el salón de las arpías, salieron al pasillo y viraron al Norte de nuevo. Tras un recodo, llegaron a una bifurcación, cogiendo a la derecha. El corredor les condujo a una sala hexagonal de ocho lados (¿ein? ¬¬U) cuyo techo estaba tan alto que no podía verse ni con la luz de la maza de Duncan, que llegaba hasta 60 pies. El suelo estaba lleno de basura, y también había un trono en el fondo
y una puerta secreta que alguien se debió dejar mal cerrada, por que cantaba bastante (¬¬U). Los Errantes, fieles a su tradición, se pusieron a rebuscar entre la basura, mientras Daralhar y Gorgomor vigilaban, sin embargo debieron vigilar con los ojos cerrados y contando chistes mientras, ya que al momento estaban todos cubiertos de mosquitos del tamaño de sandías. Los mosquitos al picar se quedaban enganchados y comenzaban a succionar sangre, mientras la desafortunada víctima se autoejecutaba al tratar de acertarle con su arma al mosquito… repetidas veces. Sólo los hechizos de sueño de Daralhar consiguieron dormir a los mosquitos para que el grupo no siguiera automutilándose, pero para entonces era tarde para Gorgomor, que se había abierto las tripas y cortado un brazo con su propia espada tratando de golpear a un mosquito que tenía pegado al cuerpo. El bersérker había muerto… otra vez. Esta vez decidieron no resucitar al “cacho-carne”. Registraron la habitación y encontraron un anillo con pinta de mágico, aunque de momento no sabían nada sobre él. Leyeron la última voluntad de Gorgomor y volvieron con su cuerpo al campamento para cumplir parte de ella: quemarlo en una pira. Una vez allí, amontonaron leña y decidieron que sería mejor hacerlo en la churrascada torre de los gullys. Aún estaban decidiendo esto cuando apareció por el campamento un tipo un tanto estrafalario con pinta de guerrero que respondía al nombre de Gügnyr. Se presentó como una gran leyenda de las tierras del Norte y matador de dragones, provocando carcajadas en Daralhar y cierta desconfianza en el resto del grupo. Aun así, toda mano de obra era bienvenida, así que se le incluyó en el grupo como nuevo fichaje y salieron de nuevo rumbo al recinto del templo para quemar el cadáver de Górgomor. Una vez en la derruida torre de los gullys, encendieron la pira y dijeron unas palabras en medio del fuerte olor de la barbacoa. La segunda parte del testamento de Gorgomor era correrse una gran juerga en la Bienavenida Doncella, pero eso tendría que esperar, ya que el tiempo corría con el asunto del templo.

Volvieron a bajar por la vicaría Este y se dirigieron hacia la habitación de los mosquitos. La atravesaron y entraron por la puerta “no-secreta”. La puerta daba a una pequeña antecámara con otra puerta secreta por la que se entraba a un espacio circular oscuro y abovedado con pequeños puntos fluorescentes que asemejaban constelaciones. Había un letrero que decía "Bienvenido a la exaltada cámara del alto augurio". En el centro había lo que parecía un estanque seco y un asiento frente a él. En el asiento había varios cajoncitos, todos vacíos menos uno, en el que había una serie de fragmentos de huesos diversos. Duncan los cogió y sintió el deseo de lanzarlos y hacer una pregunta, así que eso hizo, pero antes pensó un poco cómo formularla. Finalmente, y ante las protestas de Daralhar, dijo:

¿Cuál es la forma más efectiva de evitar que aumente el número de esbirros malignos del templo?"

El viento sopló con una voz que contestó: “Buscad la sala del Este.”

Viendo la ocasión, Anseas se sentó rápidamente en el asiento y lanzó los huesos diciendo:

¿Dónde está la mayor riqueza del templo?

La voz esta vez contestó: “Buscad el altar más antiguo.

Anseas, no conforme volvió a lanzar y preguntó:

¿Dónde está el altar más antiguo?

El viento sopló de nuevo diciendo: "Opuesto al ídolo del oeste."

A Anseas aquello empezó a escamarle un poco, así que preguntó: “¿Qué pasa si preguntas demasiado?” Esta vez la única respuesta fue un rayo que descendió de de la bóveda. Por suerte el guerrero se esperaba algo así y apenas le dañó. Decidió no preguntar más, pero a Daralhar le rondaba algo en la cabeza desde la primera pregunta, así que decidió arriesgarse. Se sentó y lanzó los huesos preguntando:

¿Cuál es el punto débil de aquél que está al mando de todas las fuerzas del templo?

Se preparó para lo peor... y lo peor llegó: el mago entró en combustión espontánea. Salió corriendo como pollo sin cabeza por toda la sala, ardiendo y dando saltitos de gorrión de un lado para otro mientras gritaba “¡Ay! ¡Huy! ¡Ouch! ¡Quema!”. Por suerte para él, el resto del grupo también preveía el desastre y rápidamente lo apagaron mientras Duncan ya entonaba una de las curaciones de San Cuthbert. P’abernos matao...

Superado el trauma, pasaron a la siguiente sala, donde sólo había un altar de obsidiana roto. La inspeccionaron, pero no hallaron nada más, así que la cruzaron en pos de un pasillo que salía al otro lado, por el que avanzaron hasta una bifurcación. Decidieron tirar por el pasillo de la derecha, al final del cual había una pequeña hornacina con una estatuilla de metal y obsidiana y una puerta con runas a la izquierda. Duncan inspeccionó la estatuilla, la palpó, toqueteó, golpeó y resquebrajó, pero no obtuvo respuesta, así que se dirigió la puerta y al tocarla recibió una descarga de carámbanos que paró con el pecho y su fe en San Cuthbert. Se administró curación y volvió a intentarlo sin ponerse delante de la puerta, pero los carámbanos volvieron a saltar y, describiendo una bonita curva, se le clavaron de nuevo en la cara y el pecho. Aquello planteaba un interesante y doloroso enigma que los Errantes no tenían ni idea de cómo iban a resolver...

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