Resumen sesión 18/09/2009 por Daralhar
Por la mañana, Duncan, Daralhar y Traspié dejaron Nulb y se encaminaron a Hommlet, llegando allí sobre medio día. La idea era reclutar gente para el mermado grupo, y pronto se encontraron con dos individuos antagónicos que parecían ser casi los únicos: Ralad, un enano en deshonra y Berilak, un mago itemista con aires de grandeza, cada uno de los cuales comenzó a tocar las narices por separado: Ralad a Daralhar (por aquello de los prejuicios raciales) y Berilak a Duncan (por aquello de… bueno, por gusto de dar el coñazo). Al menos volvían a ser cinco en el grupo, y el enano parecía útil repartiendo leña. Las habilidades de Berilak estaban más allá de la comprensión humana, pero alguna debía tener.
Decidieron comprar escudos paveses para Duncan y Ralad, y de paso mejoraron el resto de la armadura de Ralad con un gran yelmo y una cota de malla, para que el enano les durase. Berilak repetía algo sobre un equipo de alquimista, pero Duncan nunca le dejaba terminar. Después de esto, se pasaron por la Bienavenida Doncella para contar sus hazañas, omitiendo ciertos detalles de su último descalabro. La audiencia parecía embelesada, salvo un tiparraco enorme con pinta de zoquete y con los dientes afilados cual caníbal, que no paraba de dar la lata echando por tierra el bonito relato. Hoy debía ser el día de San Tocahuevos. Daralhar reconoció a Cobort, junto a su cerebro “Taruko”. Sin embargo, donde el elfo veía un problema, Duncan, optimista como siempre, vio una ayuda, y ofreció a los dos interfectos un trabajo como mercenarios para Los Errantes. Los tipos aceptaron sin muchos miramientos, y quedaron al día siguiente. La idea de quedar al día siguiente era que nadie del grupo se fiaba de aquellos dos, así que Duncan prepararía un hechizo para averiguar sus intenciones, sin embargo nada salió como se esperaba (y quizá fue mejor así): cuando al día siguiente el grupo se volvió a reunir con los pintas éstos, Duncan lanzó su hechizo y se concentró. Averiguó la legalidad Turuko y la neutralidad de Cobort, pero mientras trataba de averiguar la moralidad de ambos, Turuko rompió la concentración del clérigo e, indignadísimos, se largaron de allí entre amenazas de venganza. “Debimos matarlos anoche mismo”, dijo el elfo, y por primera vez el enano estuvo de acuerdo con él. Y sin más se encaminaron al templo.
La catedral del mal no se había movido de donde la dejaron (por desgracia para la región). Bajaron por las escaleras de la vicaría oeste, y se propusieron atar un cabo suelto: la serpiente que asesinó a Karpo y casi mata a Awaie. Atravesando la guarida de los necrófagos (vacía en aquel momento), llegaron al comedor y avanzaron hasta la cocina del final. Viendo el mapa, Traspié decidió abordar la cocina por la puerta trasera. Ambos grupos se colocaron junto a sus entradas, Daralhar con un hechizo de sueño rondando en su cabeza y una poción de ralentizar veneno a mano, Berilak dispuesto a bendecir tres proyectiles de honda, Traspié con su ballesta doble tras la puerta, y Ralad y Duncan adentrándose entre los escombros de la estancia con pies de plomo. De pronto, Ralad pisó algo blando. Era la cola de la serpiente, y su otro extremo se alzó y trató de morder al enano, pero los kilos de metal que cubrían su cuerpo hicieron su función. El enano en respuesta seccionó un trozo de la serpiente de un hachazo, mientras Traspiés lanzaba dos certeros virotes, uno de los cuales atravesaba de parte a parte al bicho (¡pero a lo largo!), con lo cual la serpiente cayó muerta antes siquiera de que los magos apoyaran el ataque “¿Y para esto tanto?” -gruñó el enano.
Moralizados por el éxito obtenido, fueron a explorar el pasillo de la puerta secreta, buscando más enemigos que matar. Más allá de la puerta secreta en el falso muro, ese pasillo acababa en otra puerta. Traspié se acercó para pegar la oreja, pero apenas lo hizo, se abrió una trampa bajo sus pies y cayó a un pozo de unos diez pies de profundidad que comenzó a cerrarse u llenarse de agua, al tiempo que la puerta se abría y desde el otro lado cuatro soldados preparaban sus ballestas. Duncan y Ralad hicieron pared con sus paveses mientras los magos le lanzaban una cuerda al ladrón, que salió sin problemas de allí, pero pronto el grupo se vio sorprendido por la retaguardia: de la puerta secreta a mitad del pasillo comenzaron a salir más soldados, prestos al cuerpo a cuerpo. Duncan se quedó haciendo de protección contra los ballesteros, pero incapaz de llegar a ellos por la maldita trampa, mientras Ralad marchaba a retaguardia para combatir y Berilak preparaba su honda. Daralhar durmió a varios soldados con un hechizo de sueño mientras predicaba la perdición de sus enemigos con tono de psicópata. Por detrás iba Traspié transformando el sueño pesado de los dormidos en sueño eterno. Ralad decapitó a uno de los oficiales de la guarnición, que también estaba roncando, pero había dos más espoleando a la tropa, que seguía aguantando… igual que el pavés de Duncan, que ya parecía un acerico. El segundo hechizo de Daralhar durmió a más soldados, y Ralad, profiriendo berridos se lanzó cuerpo a cuerpo contra otro, mientras Traspié y Berilak seguían con la limpieza. Aquello fue demasiado, y los soldados huyeron, justo poco después de que el pavés de Duncan, se deshiciera en astillas. Lo único que el clérigo pudo decir fue “Aquí se van 100 piezas de oro”, mirando tristemente el asa del escudo, aún en la mano.
Por la mañana, Duncan, Daralhar y Traspié dejaron Nulb y se encaminaron a Hommlet, llegando allí sobre medio día. La idea era reclutar gente para el mermado grupo, y pronto se encontraron con dos individuos antagónicos que parecían ser casi los únicos: Ralad, un enano en deshonra y Berilak, un mago itemista con aires de grandeza, cada uno de los cuales comenzó a tocar las narices por separado: Ralad a Daralhar (por aquello de los prejuicios raciales) y Berilak a Duncan (por aquello de… bueno, por gusto de dar el coñazo). Al menos volvían a ser cinco en el grupo, y el enano parecía útil repartiendo leña. Las habilidades de Berilak estaban más allá de la comprensión humana, pero alguna debía tener.
Decidieron comprar escudos paveses para Duncan y Ralad, y de paso mejoraron el resto de la armadura de Ralad con un gran yelmo y una cota de malla, para que el enano les durase. Berilak repetía algo sobre un equipo de alquimista, pero Duncan nunca le dejaba terminar. Después de esto, se pasaron por la Bienavenida Doncella para contar sus hazañas, omitiendo ciertos detalles de su último descalabro. La audiencia parecía embelesada, salvo un tiparraco enorme con pinta de zoquete y con los dientes afilados cual caníbal, que no paraba de dar la lata echando por tierra el bonito relato. Hoy debía ser el día de San Tocahuevos. Daralhar reconoció a Cobort, junto a su cerebro “Taruko”. Sin embargo, donde el elfo veía un problema, Duncan, optimista como siempre, vio una ayuda, y ofreció a los dos interfectos un trabajo como mercenarios para Los Errantes. Los tipos aceptaron sin muchos miramientos, y quedaron al día siguiente. La idea de quedar al día siguiente era que nadie del grupo se fiaba de aquellos dos, así que Duncan prepararía un hechizo para averiguar sus intenciones, sin embargo nada salió como se esperaba (y quizá fue mejor así): cuando al día siguiente el grupo se volvió a reunir con los pintas éstos, Duncan lanzó su hechizo y se concentró. Averiguó la legalidad Turuko y la neutralidad de Cobort, pero mientras trataba de averiguar la moralidad de ambos, Turuko rompió la concentración del clérigo e, indignadísimos, se largaron de allí entre amenazas de venganza. “Debimos matarlos anoche mismo”, dijo el elfo, y por primera vez el enano estuvo de acuerdo con él. Y sin más se encaminaron al templo.
La catedral del mal no se había movido de donde la dejaron (por desgracia para la región). Bajaron por las escaleras de la vicaría oeste, y se propusieron atar un cabo suelto: la serpiente que asesinó a Karpo y casi mata a Awaie. Atravesando la guarida de los necrófagos (vacía en aquel momento), llegaron al comedor y avanzaron hasta la cocina del final. Viendo el mapa, Traspié decidió abordar la cocina por la puerta trasera. Ambos grupos se colocaron junto a sus entradas, Daralhar con un hechizo de sueño rondando en su cabeza y una poción de ralentizar veneno a mano, Berilak dispuesto a bendecir tres proyectiles de honda, Traspié con su ballesta doble tras la puerta, y Ralad y Duncan adentrándose entre los escombros de la estancia con pies de plomo. De pronto, Ralad pisó algo blando. Era la cola de la serpiente, y su otro extremo se alzó y trató de morder al enano, pero los kilos de metal que cubrían su cuerpo hicieron su función. El enano en respuesta seccionó un trozo de la serpiente de un hachazo, mientras Traspiés lanzaba dos certeros virotes, uno de los cuales atravesaba de parte a parte al bicho (¡pero a lo largo!), con lo cual la serpiente cayó muerta antes siquiera de que los magos apoyaran el ataque “¿Y para esto tanto?” -gruñó el enano.
Moralizados por el éxito obtenido, fueron a explorar el pasillo de la puerta secreta, buscando más enemigos que matar. Más allá de la puerta secreta en el falso muro, ese pasillo acababa en otra puerta. Traspié se acercó para pegar la oreja, pero apenas lo hizo, se abrió una trampa bajo sus pies y cayó a un pozo de unos diez pies de profundidad que comenzó a cerrarse u llenarse de agua, al tiempo que la puerta se abría y desde el otro lado cuatro soldados preparaban sus ballestas. Duncan y Ralad hicieron pared con sus paveses mientras los magos le lanzaban una cuerda al ladrón, que salió sin problemas de allí, pero pronto el grupo se vio sorprendido por la retaguardia: de la puerta secreta a mitad del pasillo comenzaron a salir más soldados, prestos al cuerpo a cuerpo. Duncan se quedó haciendo de protección contra los ballesteros, pero incapaz de llegar a ellos por la maldita trampa, mientras Ralad marchaba a retaguardia para combatir y Berilak preparaba su honda. Daralhar durmió a varios soldados con un hechizo de sueño mientras predicaba la perdición de sus enemigos con tono de psicópata. Por detrás iba Traspié transformando el sueño pesado de los dormidos en sueño eterno. Ralad decapitó a uno de los oficiales de la guarnición, que también estaba roncando, pero había dos más espoleando a la tropa, que seguía aguantando… igual que el pavés de Duncan, que ya parecía un acerico. El segundo hechizo de Daralhar durmió a más soldados, y Ralad, profiriendo berridos se lanzó cuerpo a cuerpo contra otro, mientras Traspié y Berilak seguían con la limpieza. Aquello fue demasiado, y los soldados huyeron, justo poco después de que el pavés de Duncan, se deshiciera en astillas. Lo único que el clérigo pudo decir fue “Aquí se van 100 piezas de oro”, mirando tristemente el asa del escudo, aún en la mano.
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