Tras hacer huir a sus enemigos, los Errantes pudieron hacer balance de bajas: un mercenario petrificado y hecho añicos, Takeshi petrificado igualmente, Duncan durmiendo y soñando con su nuevo amigo el mago y otro mercenario había huido cobardemente. Desde luego, pudo haber sido mucho peor, pero ahora podrían centrarse en lo que importa: saquear a los vencidos. Mientras Daralhar y Almeth ataban bien a Duncan (como precaución), Traspié decidió echar una ojeada tras las puertas cercanas a la fuente de fuego. A todas luces parecían ser las habitaciones privadas del mago y la asesina. En la habitación de la asesina encontraron toda una colección de armas exóticas, un nutrido guardarropa y (¡Premio!) un pesado cofre. Luego Traspié examinó la habitación del mago, encontrando dos paredes adornadas con sendos tapices con símbolos arcanos, uno de los cuales parecía tener un mapa. Mientras Almeth en pleno éxtasis saqueaba toda la colección de armas, Daralhar, a petición de Traspié, fue a echar un vistazo a esos tapices, descubriendo que ambos contenían una trampa de runas explosivas, que se activarían al intentar leer su contenido, así que decidieron dejar los tapices tranquilos. Registrando los cajones de la cómoda y en el escritorio del mago encontraron unos pesados libros que prefirieron coger sin examinar demasiado, después de lo visto en los tapices. Ciertamente parecía un triste premio para haber estado tan cerca de la muerte.
Viendo que no podrían cargar con todo cuesta arriba, decidieron abrir el cofre para repartir su contenido. Traspié no conocía aquella cerradura, así que hubo que abrir su candado a golpes. El contenido también resultó un tanto decepcionante, pero Traspié advirtió que el cofre contenía un doble fondo. Ahí debía estar el premio gordo de hoy, pero no iba a ser tan fácil. Básicamente el accionamiento del mecanismo de apertura sólo podía efectuarse con un dedo o alguna otra herramienta fina. Traspié decidió arriesgarse con el dedo, protegido aún por una poción de ralentizar veneno… y ocurrió lo previsible: un dardo se le clavó en la mano, aunque a priori no sintió ningún efecto negativo, gracias a la poción. Dentro del doble fondo, al fin encontraron algo de más valor: un puñado de gemas y joyas y un pequeño estuche con viales, seguramente varios tipos de veneno. Se distribuyó todo el contenido entre los Errantes y comenzaron el penoso ascenso, lastrados por el peso de la estatua y las protestas de Duncan, que insistía en que su amigo el mago loco debía estar cerca y quizá podría ayudarles. Nadie fue capaz de disuadirle de lo contrario.
Después de interminables horas llegaron a la caverna oval y enfilaron la grieta en dirección a la torre de los gullys. Tras otro buen rato de camino, llegaron a la escalerilla que ascendía a la torre quemada. Izaron la estatua del samurai y la transportaron hasta la vicaría Oeste siendo ya noche cerrada. Al fin, de nuevo en casa. Decidieron pasar allí la noche y mandar al día siguiente a Luthien, protegido de Duncan, a Hommlet a por una carreta para transportar al pétreo guerrero. Estando el grupo tan exhausto, Daralhar insistió en hacer guardias dobles, pero no le hicieron mucho caso así que, haciendo guardias simples, se pusieron a dormir. A media noche, Traspié despertó al grupo alertándoles de que había oído algo arrastrarse fuera de la vicaría, y había notado un cierto olor a salitre. Los Errantes permanecieron un rato en alerta, pero no ocurrió nada, así que siguieron descansando. La noche transcurrió sin más incidentes.
A la mañana siguiente, Luthien partió a Hommlet con la promesa de traer una carreta, volviendo a última hora del día en compañía de un monje al que Daralhar había aceptado como protegido. Esa misma noche, los Errantes pudieron cargar la estatua en la carreta y poner rumbo a Nulm, a la casa de Otis, al que pidieron cobijo y consejo, sin embargo Otis no entendía mucho de magia, y tuvieron que partir a la mañana siguiente a Hommlet. Una vez allí, mientras la banquera tasaba y compraba los tesoros ganados con gran esfuerzo, los Errantes llevaron al pétreo Takeshi al campamento de los soldados de Verbobonc, y solicitaron audiencia con los magos más poderosos que hubiera allí. Fueron atendidos por tres magos de batalla, sujetos con pinta de psicópatas que dijeron que nadie del pueblo, ni mucho menos Burne, podría deshacer el conjuro de petrificación, así que les aconsejó pedirle el encargo a Taliador, el mago personal del vizconde de Verbobonc. Los Errantes pidieron una segunda opinión a Burne, pero éste, ataviado con un gorro ridículo, les dio la misma respuesta así que, resignados, se encaminaron a Verbobonc, donde consiguieron audiencia con Taliador para la noche siguiente.
Taliador resultó ser un mago aún más circense que los otros consultados, pero pese a su túnica multicolor, su parafernalia de mago y sus discursos efectistas, parecía realmente poderoso. Realizó el complicado ritual por un bastante barato para los sablazos que los Errantes sufrían últimamente... pero sus desgracias no iban a acabar ahí: el ritual parecía ir bien hasta que Takeshi sufrió un shock en plena despetrificación y murió entre horribles dolores. Eso sólo significaba una cosa: más gastos. Los Errantes volvieron a cargar al despetrificado y difunto Takeshi en la carreta y se dirigieron al templo de San Cuthbert, donde Duncan trató de negociar con el diácono Alarex una rebaja por la resurrección del samurai. Finalmente, aceptó una preciosa pieza de orfebrería que Traspié había tasado en unas 4000 piezas de oro... aunque por lo rápido que la aceptó, quizá valía más. En cualquier caso, ésta vez el samurai sobrevivió al hechizo, y pudo ver la luz de nuevo. Los Errantes al fin podrían irse de nuevo de aventuras, que para eso estaban.
En un par de días de viaje llegaron al templo del mal, con escala en Hommlet. Una vez en el recinto del templo, acordaron explorar algunas partes del primer nivel que en el mapa aún tenían en blanco. Comenzaron por un par de habitaciones sin salida donde sólo había restos de toneles en una y gran cantidad de huesos en la otra. En la segunda además había varias ratas del tamaño de cerdos, pero éstas no supusieron mucho problema para avezados aventureros como ellos... lástima que no encontraron nada de valor en las habitaciones. Después decidieron explorar cierta galería donde día y noche parecía haber guardias gnoll apostados con ballestas en una saetera del fondo. Daralhar sugirió usar una mesa como mantelete para avanzar en fila a salvo de los disparos, y la idea funcionó... hasta que llegaron al final del pasillo, donde había puertas laterales. La situación de un personaje sujetando la mesa contra la saetera y otros dos defendiendo los flancos era insostenible, así que regresaron de nuevo al pasillo, pero sus enemigos no les siguieron inmediatamente, sino que les rodearon. Los Errantes sólo se percataron de eso cuando vieron luces al fondo del pasillo. Daralhar cortó el paso de la guarnición con un hechizo de grasa, y éstos se vengaron de él intentando masacrarlo a base de disparos de ballesta, aunque sólo lo consiguieron a medias. Mientras esto ocurría, del pasillo de la saetera habían salido varios gnolls que, hacha en mano, cortaron la retirada al grupo. Daralhar taponó el pasillo con otro charco de grasa, pero dos gnolls ya les cortaban el paso. Los compañeros se debatieron momentáneamente entre presentar batalla allí o replegarse hasta la habitación de las ratas. Varios se negaron a replegarse a una habitación sin salida, pero Duncan y Traspié decidieron que eso era lo mejor y se separaron del grupo.
Con el grupo dividido y cercado, las cosas empezaban a pintar mal, pero Daralhar consiguió romper el bloqueo durmiendo a dos hombres hiena mientras Almeth y Takeshi se batían con los otros. Tenían ruta de escape, pero ahora que Duncan y Traspié se habían separado no podían dejarlos allí, así que siguieron luchando.
Mientras, en la habitación de las ratas, Duncan y Traspié se enfrentaban a cuatro enemigos, y tras abatir a uno, Duncan consiguió convencer a los otros de aceptar un soborno y dejarles marchar. La guardia, que era de clase campesina, aceptó sin muchos regateos. Como se suele decir: mejor confía en profesionales. Habiéndose deshecho de sus enemigos, el clérigo y el ladrón avanzaron sigilosamente para tratar de sorprender a los ballesteros que habían quedado en el pasillo disparando al otro.
En la encrucijada, Almeth y Takeshi acuchillaban a los gnolls caídos en la grasa y a otros que venían por el pasillo mientras el líder del grupo, un enorme bichoso, se replegaba. Daralhar interpretó aquella maniobra como otro intento de flanqueo, y avanzó hasta la siguiente encrucijada. Pensó en dar un rodeo y sorprender a los ballesteros por la espalda, pero calculó que para cuando llegara todo habría acabado, para bien o para mal, así que se quedó vigilando la encrucijada mientras Almeth y Takeshi hacían su trabajo. Al poco, el bichoso volvió con un puñado de jabalinas, y dejándolas a un lado, comenzó a lanzárselas al samurai y al paladín, con cuidado de no pisar la grasa, sin embargo éstos consiguieron dar cuenta de sus enemigos, y lo mismo estaban haciendo Duncan y Traspié con los ballesteros. Aunque heridos, los Errantes estaban consiguiendo dar la vuelta a la batalla. El cansancio comenzó a hacerse patente en ambos bandos.
Daralhar seguía vigilando la encrucijada cuando vio venir a un gnoll a la carga. El bicho debía tener infravisión, ya que también lo vio a él, así que el mago echó a correr para reunirse con el resto del grupo; en un uno contra uno tenía “desventaja táctica”. Sin embargo al pasar frente a la encrucijada del bichoso jabalinero, éste lo estaba esperando, y acertó un disparo en toda la cabeza del mago. Por suerte el elfo salvó la vida gracias al bacinete. Se incorporó como pudo y siguió a la carrera herido y con el bacinete abollado. Cuando llegó, Duncan aún tenía un hechizo de curación para él, y Daralhar tenía un hechizo de sueño para los contendientes. El hechizo funcionó mejor de lo esperado, y tres oponentes cayeron redondos. El último ballestero huyó como una rata frente a la katana de Takeshi. Sólo quedaban el bichoso y el gnoll que, persiguiendo a Daralhar se habían topado de bruces con la espada de Almeth. La batalla estaba ganada: un último hechizo de grasa puso fuera de combate a ambos enemigos, y el grupo pudo sacar sus arcos y jugar al tiro al blanco con ellos. Victoria para los Errantes.
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