Al día siguiente, Traspié decidió que prefería quedarse en el campamento pensando en la paz mundial, así que no se unió a la expedición al templo. En cambio Gorgomor el berserker rondaba por allí y llevaba tiempo sin ver la acción, de modo que se apuntó. La partida ese día estaba compuesta por él, Duncan el clérigo, Daralhar el mago de batalla, Berilak el porculero y Ralad el deshonroso. Éstos últimos ahora ya eran miembros de pleno derecho de Los Errantes. Enhorabuena.
Se dirigieron a la celda de la seminecrófaga del día anterior, donde Duncan pensaba hacer su buena acción del día liberándola de la maldición. Al llegar, había dos necrófagos vigilando, pero Duncan los ahuyentó rápidamente con el poder de San Cuthbert. Entraron en la habitación y trataron de liberar a la mujer, pero ésta soltaba dentelladas cada vez que alguien se acercaba. No parecía haber forma de liberarla sin peligro. Aquello comenzaba a sonar a complicaciones gratuitas con poca retribución. Si hay que arriesgarse, se arriesga uno, pero arriesgarse pa ná es tontería…
Estuvieron un rato deliberando en el pasillo, y Duncan comenzaba a perder los nervios por las continuas llamadas de atención de Berilak, que no dejaba de darle el coñazo. En esto andban cuando de pronto aparecieron dos necrófagos enormes con dientes de un palmo de largo y se lio la bulla. Los Errantes formaron para el combate con Ralad y Gorgomor en la primera fila, tras ellos Duncan con sus expulsiones y curaciones y detrás los magos prestos a desequilibrar la lucha. Un plan bueno, a priori, pero pronto todo empezaría a torcerse: los necrarios estaban rodeados de una nube pestilente cuya influencia hacía imposible lanzar un solo hechizo, por lo que los magos tuvieron que poner distancia para intentar recuperar el aliento y resultar útiles. En primera fila las cosas estaban aún peor: con los primeros zarpazos de las bestias, Gorgomor y Ralad quedaron paralizados y a merced de los bichos, y mientras Duncan intentaba expulsarlos con el poder de San Cuthbert, pero parece que hasta San Cuthbert estaba acojonado de la que se avecinaba. Al fin Daralhar consiguió concentrarse y lanzar una grasa bajo los bichos, pero estos mantuvieron el equilibrio e intentaron acabar con Gorgomor y Ralad, que estaban a su merced. Uno de ellos no atinó a acabar con Gorgomor, pero el otro le arrancó la cabeza y parte de la columna vertebral a Ralad, que murió al instante. No somos nada, pequeño enano. Las cosas no pintaban muy bien tampoco para Gorgomor, que tenía las tripas medio fuera, sin embargo su furia berserker lo mantenía vivo… pero paralizado. Una especie de furia silenciosa. Duncan consiguió el suficiente aplomo para curarlo.
Como las cosas aún no estaban lo suficientemente mal, reaparecieron los dos necrófagos que Duncan había ahuyentado un rato antes y se unieron a la fiesta. Por suerte fueron directos a la grasa y comenzaron a patinar en ella. Berilak, creyendo tener la solución comenzó a conjurar un “Encantar persona” con un necrófago. Por desgracia, los no muertos no pueden considerarse “personas” desde el punto de vista arcano, y el hechizo se desperdició. Daralhar, casi sin hechizos útiles ya estaba tirando flechas intentandocontribuir, mientras Duncan quitaba del peligro a Gorgomor y ocupaba su lugar. Los necrófagos seguían resbalando en la grasa, y Berilak, siguiendo el ejemplo de Daralhar, se puso a tirarles piedras con su honda, mientras Duncan se las veía casi en solitario con los necrarios. Uno de los necrófagos consiguió librarse de la grasa y se fue directo hacia Berilak, que le lanzó un conjuro de “Atar”, pero no consiguió atarlo bien y le mordió, paralizándolo. Daralhar le lanzó un “Levitar” al bicho convirtiéndolo en un globo aerostático. Lo hizo levitar hasta el techo, fuera del alcance de los magos, y una vez allí comenzó a dispararle flechas. En esto, Gorgomor salió de su parálisis y se lanzó como un demonio hacia un necrario, infligiéndole grandes daños con su espada mientras Duncan lo curaba con un hechizo. Un rayo de esperanza en medio de todo aquello… pero poco duraría, ya que en seguida el necrario volvió a atacarle y lo paralizó de nuevo. Duncan remató a ese bicho, pero volvía a hallarse luchando en solitario. Sin embargo el otro necrario ignoró al clérigo y prefirió rematar al paralizado Gorgomor, que esta vez no pudo esquivar la muerte. Mientras, Daralhar acababa a flechazos con el necrófago-globo y Berilak conseguía salir de su parálisis. Entonces, el necrario, con un zarpazo y toda su mala leche, arrancó un pie a Duncan, que cayó al suelo desangrándose, luego alzó la mirada y cargó contra los magos, golpeando a Daralhar. Con el mago de batalla en las últimas, Berilak se interpuso para que Daralhar jugara su última carta: una grasa. El bicho resbaló y cayó, pero atinó a atacar a Berilak, que quedó paralizado. Daralhar, herido y fatigado, disparó al necrario, pero éste se lio a hostias y descuartizó a Berilak mientras Duncan se lanzaba una curación, con otro necrófago cerca suyo, aún resbalando en la grasa.
Tras eliminar a Berilak, el necrario miró a Daralhar al fondo del pasillo con cara de “tú eres el siguiente”, y Daralhar lo miró a él con cara de “hasta aquí he llegado”, tras lo que se dio media vuelta y echó a correr hacia el campamento. Aprovechando la distracción, Duncan jugó también su última carta: Invisibilidad ante Muertos Vivientes, lo que le permitió huir también de la escena, pero en dirección contraria, hacia el interior del dungeon.
Huir hacia adelante nunca es una buena idea, pero en el caso de Duncan, su buena estrella suele relucir más en los peores momentos. Cojeando sobre su muñón, consiguió llegar hasta el gran comedor, donde recuperó el aliento y examinó sus opciones: podía esperar allí a que vinieran a rescatarle, o tratar de salir por sus propios medios. No consiguió llegar a decidir, ya que pronto escuchó los pasos tambaleantes del necrario. La bestia lo había olfateado, así que se aprestó a vender cara su vida. Lo vio aparecer por una esquina y se lanzó al combate descargando su maza y matando al bicho de un solo golpe. San Cuthbert estaba de su parte: el necrario había recibido tantas heridas que sólo necesitaba una pequeña ayuda para morir. Le abrió las tripas y sacó los restos de Berilak, de los que recuperó algo de su equipo, que el bicho había engullido también, y se quedó una cadena de oro que llevaba la bestia, como recuerdo personal. Luego se dirigió a hacer lo que debió hacer desde el principio…
Cuando Daralhar llegó al campamento, estaba de suerte (¿San Cuthbert otra vez?). Allí, junto con el protegido de Duncan (Lutien, un caballero medio psicópata), estaban un elfo de los bosques, llamado Assiul, y Anseas, una mala bestia con pinta de poder partir en dos a un minotauro con un tajo de su alabarda. Los reclutó sin contemplaciones y los guio al templo, en busca de Duncan, o lo que quedara de él.
Duncan llegó a la habitación de la seminecrófaga y le lanzó un “Quitar Maldición”. El hechizo funcionó, pero la mujer murió instantáneamente, así que cogió su cadáver, lo ató al de Górgomor y comenzó a arrastrarlos lentamente hasta la salida. Cuando comenzaba a arrastrarlos escaleras arriba, se encontró con Daralhar, que había reunido una partida de búsqueda de no sabe dónde. Entre todos, llevaron los dos cadáveres al campamento, donde pudieron descansar y hacerle a Duncan una horma ortopédica para su muñón. Al clérigo comenzaban a faltarle bastantes trozos: un dedo, un pie, una oreja…
A la mañana siguiente, dejaron los cadáveres de Górgomor y la mujer desconocida en el campamento y se fueron a recuperar el cadáver de Ralad, que incineraron en una pira el las ruinas de la torre de los gullys. Entonces, cayeron en la cuenta de que Górgomor podría levantarse como necrófago en las próximas horas. Aun así decidieron irse al templo en vez de volver al campamento y avisar (con dos cojones...).
Esta vez bajaron por las escaleras de la vicaría Este, y torcieron hacia el Norte, llegando a una zona sin explorar: un gran salón con columnas de grandes capiteles que no llegaban al techo. Anseas y Assiul se adentraron en él a echar un vistazo y Anseas pisó una baldosa que accionó un mecanismo de cierre de la estancia. Una pesada reja cayó del techo dejando fuera al resto del grupo, y entonces de la parte superior de las columnas comenzó a oírse un canturreo insidioso…
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