Resúmen 26/10/2008Los Errantes, liderados de nuevo por Almeth el Galante, trajeron el cadáver de Erick al templo de St.Cuthberth para reclamarle al Hermano Calmert. Éste les recibió, e intentaron hacerle ver que había obrado mal, en especial Aelud le dió un buen sermón, que al clérigo le entro por un oído y le salio por el otro, igual que las hostiles palabras de Daralhar. Al final acabaron donando al templo, y Calmert accedió a darle sepultura al cadáver de Erick después de que lo convenciesen de que era seguidor de St.Cuthberth, pero al ir a darle la extremaunción, el sacerdote se dió cuenta de que Erick no era un fiel de su dios ya que seguía una moral bastante diferente a la suya, por lo que se negó a darle entierro en el suelo santo tras el templo. Sin embargo, si acompañó a los Errantes a una colina cercana en medio del campo, donde Dother cavó una tumba mal que bien y metieron el cadáver del veterano.
Gloin rompió a llorar, y todos dijeron unas conmovedoras palabras de último adiós al fallecido (Dother fué el primero, con un parco "esto ya esta"), no sin antes despojarle de todo lo que llevaba menos su antigua armadura de cuero y su kolpesh. Awaie fue a coger una flor para echarla en el sepulcro, y se encontró conque detrás se escondía el albino Alban observando el funeral, y también dijo unas pala
bras. Muy apenados, se despidieron del honorable guerrero, afectados por la primera pérdida del grupo.
Almeth propuso volver a la casa del foso, pero los demás aventureros deseaban prepararse bien antes de ir. Antes que nada, decidieron vender algunos de los objetos valiosos que habían encontrado en la casa del foso... Ostler les dijo que la elfa Nira Melubb, la cambista, podría estar interesada en tales piezas, al igual que Rannos. Los Errantes se acercaron primero al robusto edificio guardado por un par de perros y un vigilante de bastos modales, que al instante les increpó por sus intenciones, al ver semejante grupo bien armado tomar interés por el negocio de su patrona. Gloin expuso el propósito del grupo, pero el guarda no se fió un pelo de un enano apestoso con cara de loco, dejándo pasar sólo a un integrante del grupo, y de mejor calaña; en este caso Petia. En el interior, repleto de vitrinas llenas de joyas, piedras preciosas, colecciones de monedas, sellos de lacre y otros objetos de valor, se encontraba Nira, una elfa de aspecto astuto con unas enormes y aparatosas gafas de varias lentes. Inmediatamente dispuesta a hacer negocios con Petia, tasó el portaantorchas de plata, la amatista que había estado en el estómago de una rana, y la daga enjoyada, ofrenciendo una buena suma por cada objeto. Petia dijo que antes tenía que consultarlo con sus compañeros, y estos decidieron probar suerte antes en el almacén general con Rannos. Éste les atendió gustoso, pero en cuanto Gloin mencionó la palabra "veneno", le llevó a la trastienda y comenzó a engatusarlo con su secreta colección de letales preparados. A los demás les atendió Gremag, que les ofreció mucho menos que Nira, así que los Errantes fueron a vender su mercancía a la elfa, excepto la daga de electro; Daralhar creyó que podía ser mágica, y se propuso ir a visitar al druida Jaroo Bastongrís del que tanto habían oído hablar.
El grupo se internó en la frondosa arboleda que ocupaba el centro de Hommlet, frente a la posada de la Bienavenida Doncella. En el interior reinaba la calma, y la frondosidad de los sauces y los ancianos robles ocultaba por completo el resto de la villa. Un estrecho camino trazado con cantos rodados llevaba a un monolito de aspecto antiguo, decorado con guirnaldas de flores y muérdago, bajo el cual descansaba una cesta repleta de viandas ofrecidas por los practicantes de la Vieja Fé del pueblo. Detrás del monolito, casi oculta por las ramas de los árboles, se podía ver una cabaña de madera de techo bajo, de la que surgió una cascada voz increpando por sus asuntos a los aventureros. Al indicar estos que querían verle, desde la cabaña se acercó un encorvado anciano con un bastón calcinado y mirada sabia. Alban, seguidor de la Vieja Fé y protector de los bosques, se inclinó y le ofreció la caja de marfil que había encontrado en la casa del foso como donación, ofendiendo con semejante presente al druida, que no quería saber nada de algo hecho con los colmillos de tan noble animal.
Jaroo les dijo que la daga era puramente ornamental, y se ofreció a preparar antidotos para venenos de bestias salvajes por un precio reducido si se le traian los materiales. Les recordó sin embargo, que para buscar su consejo los seguidores de la Vieja Fé debían hacer una ofrenda, y los de otras creencias una donación. Los Errantes entonces mencionaron que estaban en la zona para investigar los rumores acerca del antiguo Templo del Mal Elemental. Bastongrís se mostró impresionado, y mencionó que le parecía sin duda un objetivo loable, ya que el resurgir de bandidos y monstruos en la zona provocaba una perturbación en el equilibrio natural que no aprobaba en modo alguno. Citó a los aventureros en la medianoche del séptimo día de esa misma semana, osea seis dias más tarde, para hablar del asunto.
Antes de marchar, algunos de los errantes preguntaron si había algun trabajo o algo que Bastongrís les pudiese encargar, y el druida les mencionó que había un enorme jabalí rabioso que rondaba los alrededores... si se deshacían de él de su parte, pues a el le daba mucha pena, y les traía su cabeza como trofeo, les compensaría de alguna forma.
El grupo reparó un poco su equipo, compró algunos enseres para uso común, y parte (Alban, Aelud, Awaie, Almeth y los dos mercenarios) se encaminó de nuevo a la casa del foso, con el sol ya bien alto.
Todo parecía tranquilo en la fortaleza, pero, como el día anterior ,había un halo macabro flotando en el ambiente. Los aventureros se internaron en la fortaleza, enviando antes a Conomen a la cocina a cuidar de la mula, dispuestos a explorar el ala derecha del lugar, en la que había varias puertas medio destrozadas. Tras la primera se hallaba una habitación, quizás un antiguo lugar de reunión para los oficiales, con una mesa larga y varias sillas totalmente destrozadas y podridas. En las paredes colgaban varias vitrinas de madera, y Aelud se dió cuenta de que tras el astillado fondo de una de ellas había un hueco secreto. Retiraron el armarito, y vieron que había una espada ancha de una manufactura excelente y en perfecto estado, anclada a la pared con unos anclajes de metal. Alban de casualidad traía una palanca, así que intentaron reventar los anclajes utilizándola, pero tras los intentos de los demás sólo Dother consiguió quitarlos.
Con la espada en su poder, el grupo se fué a comprobar la habitación de al lado, que parecía haber sido la habitación de algún oficial, pero ahora solo quedaba mobiliario destrozado y escombros. Tras la puerta del otro lado del pasillo, el grupo encontró un gran salón, con tapices y ornamentos destrozados pero con un aspecto aún valioso. Sin embargo, al poner pie en la sala, se dieron cuenta de que el techo estaba lleno de murciélagos durmiendo. Mientras tanto Aelud, que se había quedado en el pasillo, miró casualmente a su derecha y vió que por el montón de escombros de la cámara donde yacía la serpiente calcinada bajaban unas oscuras siluetas. Intercambiaron una mirada, y las siluetas se dieron a la fuga por donde habían venido. El resto de aventureros salieron de la habitación con sumo cuidado para no despertar a los murciélagos y Aelud les explicó lo que había visto, con lo que todos fueron corriendo y subieron por el montón de escombros a la parte superior de la muralla, justo a tiempo para ver como tres hombres enfundados en armaduras de cuero se alejaban escondiéndose entre los árboles del pantano, al otro lado del foso.
El grupo volvió a la puerta de la sala de los murciélagos, y decidieron cerrarla y hacer algo de ruido golpeándola, a ver si se espantaban, pero no hubo suerte, pues solo lograron agitarlos un poco. Tras un rato pensando como deshacerse de las alimañas, decidieron desistir y bajar al subterráneo a través de la bodega.
Descendieron los gastados peldaños de piedra en la oscuridad con Alban a la cabeza, y cuando este se asomó por el arco que daba al nivel inferior, un enorme chorro de baba gelatinosa verde luminiscente se desprendió del techo y le cayó encima, cubriendolo por completo. Sus ropas se empezaron a deshacer, y tenía un palmo de gel por encima de todo el cuerpo, que se movía como si estuviese vivo; los demás intentaron quitarselo de encima, pero Alban salió corriendo de la casa y se tiró al pantanoso foso. Su armadura se estaba disolviendo, y la piel le empezaba a escocer. Viendo que el agua no retiraba la baba, se acercó a un árbol y empezó a restregarse, pero no funcionó... ya se estaba empezando a disolver su piel. Los demás lo llevaron de vuelta a la casa, y allí Dother intentó restregarle tierra a ver si se le iba, pero tampoco hubo manera. Le acercaron un par de antorchas, y parece que la gelatina se retraía sobre sí misma, pero no lo suficiente para desprenderse. Al final, el propio Alban, desesperado, se restregó una antorcha a sí mismo, quemándose pero también haciendo que gruesos pegotes de moco cayesen al suelo. Los demás empezaron a pegarle con las antorchas, pero lo estaban quemando a él también; lo dejaron insconciente, y no habían despegado suficiente bicho para que dejase de disolverse. Almeth trató de curarlo pero no fue suficiente, así que intentó cercenar parte de la gelatina, sin embargo acertó a darse con el puño de la espada en la frente y empezó a sangrar; la sangre se le metió en los ojos y le impedía ver. Entonces, Aelud propuso su plan maestro: dejar una puerta entrecerrada, hacer pasar a Alban por ella para que se rebosase la baba y cerrarla de golpe. Alban ya no tenía piel, y sus músculos se empezaban a deshacer... aún así probaron el plan, que no surtió efecto. Almeth le empezó a pegar al bicho, pero ya era demasiado tarde, pues se estaban viendo los intestinos foltando en el interior de la gelatina, rotos y deshechos. Aún así, la mucosa se d
esprendió tras darle algo de castigo, volviendose marron y haciéndose más liquida e inerte. Le tomaron el pulso a Alban, tocándole directamente el corazón, que estaba al descubierto, pero obviamente estaba muerto. Envolvieron el cadáver en unas antiguas sábanas sucias y rotas que cogieron de la habitación del oficial, y lo dejaron en la mesa de la cocina, con Conomen.
El grupo volvió a bajar por las escaleras, esta vez con mucho más cuidado. Dother asomó su espada por el arco de la puerta, a modo de espejo, que refulgió verde al encarara hacia el techo. El mercenario echó a correr, esperando que la baba no le cayese encima, y efectivamente otro bulto mucoso igual que el anterior cayó, pero no a tiempo como para atraparle. Entonces empezó a reptar por el suelo, intentando abalanzarse sobre Dother, que intentaba repeler a la cosa a golpe de espada. Se encontraba en una amplia estancia rectangular de piedra, con las escaleras en el centro, un par de columnas a los lados, a la izquierda un par de puertas de madera y a la derecha un oscuro pasillo. Mientras tanto, Awaie disparaba con su arco pero el sudor le caía en los ojos y no podía apuntar, y Almeth se acercó a ayudar. Al pinchar Almeth a la criatura, esta se dió la vuelta, y empezó a perseguirle. Tras marear un poco al monstruo, echaron a correr escaleras arriba, a la vez que escuchaban un horrible rugido gutural que provenía de la oscuridad del subterráneo. Dejaron que la baba les persiguiese hasta el patio de fuera, y luego entraron en la casa cerrando la puerta. Se filtraba igualmente por los boquetes de la madera, pero aprovecharon para pegarle. Repitieron el proceso un par de veces, hasta que el monstruo cayó muerto.
Inmediatamente escucharon un grito de mujer, y todos corrieron hacia la cocina. Una vez allí, se encontraron conque los tres hombres de antes, que resultaron ser despreciables bandidos, estaban rodeando a Conomen con malas intenciones, mientras esta se apretaba contra una esquina sacando su daga. La mula estaba en la otra esquina. Aelud rápidamente invocó su conjuro de dormir, y dos de los maleantes cayeron dormidos. Almeth y Dother se acercaron a enfrentarse al que quedaba en pie, pero al recibir un espadazo perdió el valor y salió corriendo. Ese fue su peor error, pues le dió la espalda a Conomen y esta le introdujo su daga por debajo del omoplato derecho, rasgando carne y tendones y haciéndolo caer de rodillas con los brazos encogidos, dejándolo caer todo al suelo. La doncella se tiró encima del bandido y empezó a apuñalarlo en la nuca riéndo de forma histérica, poniendose perdida de sangre.
Los Errantes ataron a los otros dos desgraciados, y se los llevaron a habitaciones separadas para interrogarlos. El primero, bastante desdeñoso, se negaba a hablar incluso ante las exlamaciones de "lo sacrificaremos a nuestro dios" de Awaie. Almeth le increpó a hablar, y el bandido le escupió a la cara. El Galante perdió la compostura y le propinó un puñetazo a la cara, pero el bandido no se dió por vencido, escupiéndole de nuevo. Almeth, enfurecido, cogio carrerilla y se tiró pegándole una patada doble en la mandíbula que lo dejo noqueado. El otro bandido no era mucho más colaborador, e insistia en que sólo daba un paseo y no conocía a los demás de nada, además de clamar que fué Conomen quien les atacó. Dother quería torturarlo con una antorcha, y pero Aelud no lo permitió y decidió llevarlo a la justicia lo antes posible.
Ataron a ambos bandidos como cerdos a unos palos y se los llevaron, junto con el cadáver de Alban, de vuelta a Hommlet a que se impartiese justicia, con el sol ya bajo en el horizonte...