El Templo del Mal Elemental

Este es el blog oficial de la partida de HackMaster de las Sirenas, auspiciados por la asociación de rol El Dirigible, en Sevilla. Dirigida por Carlos Burón, en esta dura campaña de Gary Gigax los jugadores, conocidos como Los Errantes, sudan sangre y fichas de personaje enfrentándose a las fuerzas del Templo del Mal Elemental. Aquí podrás encontrar resúmenes, informaciónes varias, y (espero) material que aporten los jugadores. ¡A leer!

domingo, 16 de noviembre de 2008

El Juicio de los Bandidos

Resúmen 15/11/2008

Los Errantes volvían a Hommlet al atardecer, custodiando a los dos bandidos que habían atrapado en la casa del foso, y con el cadáver de Alban en el carro. Llevaban a los dos bandidos atados a unos palos de pies y manos, como si fueran piezas de caza, y el olor a podredumbre de Alban inundaba el ambiente, cuando a Aelud se le ocurrió interrogar a los prisioneros un poco más. Vió que llevaban unos símbolos sagrados pequeños, con forma de calavera pulida en piedra blanca, pero los maleantes no soltaron prenda. Aelud se quedó con uno, y prosiguieron la marcha.
Llegaron a la ciudad por el camino del este, donde estaba la fortaleza que recién se estaba empezando a construir. No sabían adonde llevar a los criminales, así que al ver un torreón doble de piedra con unos guardias en la puerta, decidieron acercarse allí. Le indicaron a Almeth que para impartir justicia, hablase con el Anciano del pueblo, y le señaló el edificio que se veía desde allí mismo. Aelud, intrigado por el blasón que colgaba de la puerta, un escorpión de plata sobre campo de gules, preguntó por los habitantes de la torre, pero el guarda, asqueado por su aspecto, lo largó con viento fresco.

Anteriormente, Daralhar había estado en esa torre, hablando con Burne, el Brujo. Le recibió en unas acogedoras estancias del tercer piso de la torre, y se ofreció a ayudarle a cambio de algunos materiales; dos corazones de arpía, una lengua de jabalí y la piel de un cadáver. Por una lengua de jabalí más, también ayudaría a Aelud.

Los aventureros se acercaron a la casa del Anciano del pueblo, una construcción de piedra sólida de dos plantas con verja de metal, custodiada por un hombre de armas, el cual fué a buscar al Anciano en cuanto se lo pidieron. Salió por la puerta un hombre mayor entrado en carnes, de mostacho puntiagudo y mirada afable. Dijo llamarse Ober, y efectivamente una de sus funciones era la de Juez de Paz. Para celebrar el juicio, hizo llamar a otro miembro del consejo que estaba disponible, el Mirmidón Rufus. Los errantes también le mostraron a Ober el pequeño colgante calavera, pero si supo a que religión pertenecía, se cuidó de mencionarlo.

Trasladaron a los bandidos a la casa de audiencias el pueblo, un edificio nuevo de madera con multitud de bancos y un estrado, y el blasón de Hommlet al fondo. Rufus empezo a castigarlos un poco físicamente, y mucho verbalmente, mientras los Errantes y Ober hacían preguntas. Uno de los bandidos se negaba a soltar prenda, pero el otro se acobardó y aceptó gustoso a contar todo lo que sabía a cambio de que le perdonasen la vida. Cantó como un pajarillo a cambio de hacer trabajos forzados en la construcción de la fortaleza del Visconde; al parecer, el grupo de bandidos lo reclutó de su pueblo cuando iban de paso. Su base se encontraba localizada en la casa del foso y dijo que eran unos diez, aunque parecía dudoso que supiese contar, y que a veces recibían órdenes del subterráneo para atracar y llevar como prisioneros algunas caravanas de nobles y personas importantes.
Mientras tanto, Rufus estaba levantando un palo en la encrucijada del pueblo para el bandido menos amigable. Lo claveteo arriba de pies y manos y lo dejó allí para que la gente le escupiera y le tirase verdura podrida.

Ya se disponían a dar por concluido el juicio, cuando Duncan vió de reojo una silueta que los espiaba desde una ventana del exterior. Salieron todos apresuradamente, y encontraro un rastro que asumieron el del espía, cerca de la ribera del río, pero esaba todo tan enfanganado que era dificil de discernir. Examinaron un poco los alrededores, pero no pudieron encontrar al sospechoso. Dejaron a los bandidos a cargo de Ober, y decidieron marchar de nuevo a la casa del foso. Se encontraron con un tal Gorgomol, un horrible deforme con un toque dado, pero en realidad un hábil y honorable guerrero que buscaba unirse a los Errantes. Estos le aceptaron de inmediato.

En la fortificación todo parecía tranquilo. Se acercaron a la puerta de madera recia, y trataron de forzarla y ver si cedía. Parecía bastante bien afianzada, así que se pusieron a discutir cual sería el siguiente plan de acción durante un buen rato... de pronto, Awaie sintió una presencia, y se dieron la vuelta justo a tiempo para ver como un grupo de bandidos armados con arcos entraban por la puerta principal. Lanzaron una primera andanada de flechas centrada en Aelud, pero muchas fueron a clavarse en Conomen y en la mula, que estaban delante. El albino, hecho un alfiletero, intentó fingir su propia muerte para evitar seguir siendo el blanco de los arqueros, pero antes de que pudiese efectuar la maniobra para entrar en estado cataleptico le cayó encima una segunda lluvia de flechas, matándolo en el acto. Sus compañeros se lanzaron a la carga para vengarlo, y los bandidos empezaron a sufrir penosos accidentes, rompiendose los dedos con las cuerdas de sus arcos y doblandose articulaciones; parece que no eran tan duchos en el combate como parecían. Cuando los forzaron a entrar en combate cuerpo a cuerpo, empezaron a caer rápidamente bajo el acero de los errantes, aunque antes de morir, un maleante acertó a rajarle la garganta a Duncan, haciendolo sangrar como un cochino... sin embargo, no pudo matarlo y éste le abrio la cabeza de un mazazo. Un bandido empezó a burlarse de Awaie, pero fallaba todos sus disparos, mientra el hada duenda le iba clavando flechas; cuando llevo unas diez, efectuó un disparo con tal fuerza que dejó clavado en el suelo al infeliz. Dother se llevó un buen castigo a base de espadazos, pero al final acabaron sucumbiendo todos los malhechores.

Los Errantes, apenados por la muerte de Aelud, saquearon a los bandidos y se encararon de nuevo con la puerta, pensando en una manera de abrirla...

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