por Lim-Dul
Tras la pelea entre el enano y el pirata, los Errantes decidieron descansar y recuperar sus hechizos. Después de eso, parte de ellos decidió volver a su puesto de avanzada en la vicaría del templo del mal elemental para meditar profundamente sobre el sentido de su existencia, mientras Duncan, Awaie y Daralhar dieron una vuelta por el pueblo, reconsiderando de nuevo la oferta de Otis ante la apatía de sus compañeros. Al entrar en la herrería, no tuvieron ni que decirle nada al herrero, que ya les estaba esperando con su cota de malla casi puesta y la espada en ristre, sabiendo que acabarían pensándoselo de nuevo. Antes de que Daralhar tuviera tiempo de discutir sobre las condiciones, el herrero ya había cerrado su negocio y se les había unido en busca de acción, así que se encaminaron de nuevo al templo.
Llegaron al edificio y bajaron por las conocidas escaleras de caracol hacia las catacumbas de aspecto gótico, avanzando hasta la puerta de donde el día anterior se las habían visto con los necrófagos. Escucharon lo que parecían unos quejidos ahogado, pero no lograron discernir de dónde procedían. De pronto se abrió la puerta del fondo y aparecieron cuatro necrófagos sedientos de sangre, algunos de ellos aún heridos del día anterior.
Daralhar reaccionó rápido lanzándoles un conjuro de Grasa, y Duncan los acojonó con el poder de St.Cuthbert, pero como estaban resbalando por los suelos no podían huir los pobres desgraciados. Otis se acercó y de un puñado de espadazos los mando a todos volando por los aires hechos pedazos (nadie diría que no era más que un herrero de una aldea patética), excepto a uno, que salió corriendo por la siguiente habitación, abrió una puerta y huyó por allí.
Los Errantes no podían avanzar a través de la grasa, así que mandaron a Awaie a espiar. Awaie echó a volar siguiendo con presteza al necrófago. Vio que en la siguiente habitación el necrófago estaba hablando con dos seres iguales pero más grandes. "AShojh hsfohowe ho3fohpasfh ajfj jfofoasjpj pofajshgonv" dijo uno "podfhpò jovjo jsoduuy hch ahhhhh!!!" respondió el otro. Awaie no comprendía ese idioma, así que disparó una flecha. Los enormes muertos vivientes echaron a correr como mariconas al ser atacados, y se escaparon por una puerta que había al fondo, en una alcoba llena de huesos. Detrás había dos muertos vivientes enormemente obesos y con dientes de sable, pero alguien apagó una antorcha que estaba encendida y como Awaie no ve en la oscuridad se tuvo que ir, bastante que vio ya. Entonces se oyeron más quejidos, y Awaie consiguió discernir un leve sollozo que provenía del portón con doble cerrojo
Awaie volvió y contó lo que había visto, así que los Errantes avanzaron con cautela, encontrando de nuevo a los necrófagos, que volvieron a tratar de huir. Daralhar lanzó un hechizo de grasa sobre una zona para cortarles el paso. Dos huyeron doblando la esquina, pero un par de ellos quedaron atascados: uno a alcance de melé y otro no. De los dos, el más afortunado fue el primero, al que Otis partió en dos de un golpe. El otro necrófago no tuvo tanta suerte: rodando por la grasa como una croqueta, incapaz de salir de ella, pero lejos del alcance de cuerpo a cuerpo, Awaie y Daralhar comenzaron a practicar el tiro al blanco con el bicho. Primero Awaie acertó una flecha en el orificio anal del necrófago, pero éste no tuvo tiempo de lamentarlo, por que seguidamente Daralhar lo paralizó de un flechazo en la nuca. Convertido en estatua sodomizada, el bicho tuvo que aguantar pacientemente el resto de flechas que acabaron con su miserable existencia. El elfo y el hada aún discutían qué disparo había sido mejor cuando un mugriento pie asomó por la esquina y tanteó el área engrasada para comprobar si el hechizo seguía activo. “Hora de desempatar”, pensó el elfo que ya tenía el arco en la mano, y de un certero flechazo arrancó el pie de cuajo y lo clavó en la pared. Punto para los Errantes.
Cuando la grasa se acabó y Otis pudo parar de reír, registraron la zona. Retrocedieron un poco para registrar mejor el “dormitorio” de los necrófagos. Encontraron un par de sacos con ropa usada, y un barril con un cazo lleno de un sospechoso líquido que tras una compleja evaluación alquímica y diversos análisis (que incluyeron volcar el contenido por la habitación) decidieron que era agua potable. Aún así la ciencia da sus frutos: al volcar el barril quedó al descubierto un pequeño agujero con un buen puñado de monedas de plata. En un rincón también descubrieron una pequeña caja que contenía un estuche de plata con un pergamino mágico y un colgante dorado de valioso aspecto con un emblema heráldico sobre une gema roja engarzada. Al verlo, la cara y el tono de Otis cambiaron y, contrariamente a su estilo, hizo una petición: “quisiera quedarme con esto y a cambio no reclamaré nada más de lo que encontremos”. Los Errantes, acostumbrados a los “tratos justos” de Rannos, Burne y demás individuos, lo miraron con suspicacia, pero en sus ojos no parecía brillar la codicia, sino un profundo respeto y quizás añoranza. Decidieron darle el colgante en un acto de unanimidad bastante atípico en el grupo (incluso con sólo tres miembros presentes). Daralhar insistió en conocer la historia tras el colgante, pero Otis accedió a contarla sólo cuando estuvieran en algún otro sitio, a salvo de oídos enemigos.
Sin darle más vueltas al asunto, registraron las siguientes habitaciones: en la contigua no había nada, pero tras ella había una pequeña cámara donde con una estantería con trofeos oxidados y arruinados por el tiempo, y un escudo colgado en la pared, con un emblema en forma de una calavera deformada de tal modo que la hacía parecer un champiñón, similar a la calavera que había en la habitación de los necrófagos. Awaie no encontró ninguna trampa por la habitación, y Otis dedujo que por lo bien que había aguantado el escudo el paso de los años, debía tener algún encantamiento mágico… ¡¡Al saco!!
Registraron también la habitación de la que venían los sollozos. Tenía la puerta cerrada con llave, pero Awaie conocía el tipo de cerradura y la abrió sin problemas. Dentro encontraron varios prisioneros desnudos. Posiblemente se trataba de la despensa de los necrófagos.
-¡El poder de San Cuthbert viene a liberaros! -gritó Duncan viendo su gran oportunidad.
-¡Y el de la vieja fe! –protestó Awaie tras él.
-Y el de Boccob… -rezongó Daralhar desde el pasillo.
Pero en estos casos el que primero llega se lo lleva, así que ese día Duncan realizó muchas conversiones a su fe. Entre los prisioneros había un pirata llamado Karpo que había sido entregado a los necrófagos como castigo por el líder pirata de Nulb, que resultó ser el mismo que regentaba la mugrienta posada de la aldea. La simple idea de que los piratas locales tuvieran “contactos comerciales” con un clan de necrófagos era en sí más preocupante que la propia existencia de las criaturas.
Tras devolver a los prisioneros sus ropas (las que se encontraban en los sacos), un orgulloso Duncan encabezó la marcha hacia el templo de San Cuthbert en Hommlet. Por el camino Awaie tuvo tiempo de trabar amistad con un extraño guerrero oriental bastante falto de rodaje que se quedó impresionado con las batallitas que le contaba el hada.
Llegaron a Hommlet al anochecer, y mientras Duncan presentaba en el templo a los espontáneos conversos, Daralhar y Awaie fueron a llevarle a Burne lo recogido para que ejerciera su derecho de pernada. Los objetos encontrados valían un buen pellizco, que fue repartido posteriormente.
Pasaron noche en Hommlet y al día siguiente partieron de nuevo al templo maldito. Otis, que les esperaba en su herrería contó por fin la historia del colgante: al parecer él no era herrero, sino un caballero del reino de Furiondy, enviado de incógnito para reunir información sobre el resurgir del mal en la región. Accedió a acompañar de nuevo a Daralhar, Duncan y Awaie al templo para continuar la labor. En esta incursión se les unió también Karpo el pirata que, expulsado de los suyos, ya no tenía a dónde ir.
Llegaron a donde lo habían dejado el día anterior: la cámara de trofeos. Ésta daba a un pasillo perpendicularmente, donde no encontraron ni rastro de sus enemigos. Decidieron tirar a la derecha, pensando que dicho pasillo llegaría a una encrucijada conocida, y así fue. De momento el mapa encajaba bien. Volvieron a la habitación de los necrófagos, y enfilaron por un pasillo aún inexplorado que partía de ésta y que resultó desembocar en lo que en otro tiempo había sido un gran comedor trapezoidal. Había restos de batalla por doquier, quizá de la vieja batalla contra el mal que hubo aquí, pero aparte de alguna que otra arma común, no encontraron nada de valor entre los despojos. El comedor tenía un par de salidas más, y tras comprobar que la primera salía a un pasillo conocido, exploraron la segunda, que se encontraba al fondo de la gran estancia. Aquella salida daba a lo que fue una cocina, con una enorme chimenea. De ella partían otras tres salidas, pero aantes de ver a dónde se dirigían, Awaie decidió registrar la gran chimenea, que resultó ser el hogar de una enorme serpiente de vivos colores que conforme asomó la cabeza, mordió a Karpo, el cual cayó fulminado al instante por el potente veneno. Aquello fue demasiado para el caballero Otis, que huyó como una rata mientras Daralhar trataba de convencerle de que podía dormir a las serpiente si le entretenía al bicho un instante, pero fue inútil. Al caballero había que echarle un galgo ya. Viendo el percal, Duncan, Awaie y Daralhar decidieron largarse también; sin un guerrero en condiciones, no tendría oportunidad, pero la serpiente tuvo tiempo de darle un último mordisco a uno de ellos en su precipitada huída. El ataque cayó sobre Awaie, que pese a aguantar el veneno como un campeón, quedó inconsciente por el daño recibido. Daralhar se echó al hada al hombro precipitadamente y siguió corriendo mientras tras él Duncan ya comenzaba a invocar el poder de San Cuthbert sobre su compañero. Por su parte a Otis casi lo habían perdido de vista.
Otis no paró hasta volver al pasillo que partía de la habitación de los necrófagos, donde el grupo pudo reagruparse de nuevo. Awaie había esquivado otra vez a la muerte milagrosamente, pero nadie tenía ganas de verle de nuevo la cara al bicho, ni siquiera Daralhar sabía si su hechizo funcionaría, así que decidieron explorar de nuevo por el pasillo de las encrucijadas. Salieron de nuevo a él y cogieron una bifurcación oblicua a mitad de la cual, Daralhar encontró una puerta secreta en el muro de la izquierda. Cogieron por esa vía (dejando otro peligroso cabo suelto sin explorar), y continuaron por un pasillo que llegaba a una zona con celdas a derecha e izquierda (tres a cada lado). En las de la derecha había un muerto viviente en cada una de ellas que gruñía “cerebros…”. En la pared del fondo de las celdas parecía haber un pequeño orificio de no más de una pulgada de diámetro que no se sabía a dónde daba. Las celdas de la izquierda estaban vacías, salvo una de ellas, que contenía un prisionero gnomo que Duncan liberó y al que mostró su anillo de amistad con los gnomos para que viera que éramos de confianza. Este tipo, sin embargo no se dejó convertir a la “única y verdadera fe” de su salvador, de hecho, por el anillo, creyó que Duncan era un clérigo del dios de los gnomos. El personajillo trató de unirse a la compañía de aventureros, pero el grupo desestimó su ayuda y lo acompañaron amablemente a la salida.
Una vez fuera, habiendo tenido bastante aventura por ese día (y gastado casi todos sus hechizos), decidieron descansar y volver al día siguiente.
Llegaron al edificio y bajaron por las conocidas escaleras de caracol hacia las catacumbas de aspecto gótico, avanzando hasta la puerta de donde el día anterior se las habían visto con los necrófagos. Escucharon lo que parecían unos quejidos ahogado, pero no lograron discernir de dónde procedían. De pronto se abrió la puerta del fondo y aparecieron cuatro necrófagos sedientos de sangre, algunos de ellos aún heridos del día anterior.
Daralhar reaccionó rápido lanzándoles un conjuro de Grasa, y Duncan los acojonó con el poder de St.Cuthbert, pero como estaban resbalando por los suelos no podían huir los pobres desgraciados. Otis se acercó y de un puñado de espadazos los mando a todos volando por los aires hechos pedazos (nadie diría que no era más que un herrero de una aldea patética), excepto a uno, que salió corriendo por la siguiente habitación, abrió una puerta y huyó por allí.
Los Errantes no podían avanzar a través de la grasa, así que mandaron a Awaie a espiar. Awaie echó a volar siguiendo con presteza al necrófago. Vio que en la siguiente habitación el necrófago estaba hablando con dos seres iguales pero más grandes. "AShojh hsfohowe ho3fohpasfh ajfj jfofoasjpj pofajshgonv" dijo uno "podfhpò jovjo jsoduuy hch ahhhhh!!!" respondió el otro. Awaie no comprendía ese idioma, así que disparó una flecha. Los enormes muertos vivientes echaron a correr como mariconas al ser atacados, y se escaparon por una puerta que había al fondo, en una alcoba llena de huesos. Detrás había dos muertos vivientes enormemente obesos y con dientes de sable, pero alguien apagó una antorcha que estaba encendida y como Awaie no ve en la oscuridad se tuvo que ir, bastante que vio ya. Entonces se oyeron más quejidos, y Awaie consiguió discernir un leve sollozo que provenía del portón con doble cerrojo
Awaie volvió y contó lo que había visto, así que los Errantes avanzaron con cautela, encontrando de nuevo a los necrófagos, que volvieron a tratar de huir. Daralhar lanzó un hechizo de grasa sobre una zona para cortarles el paso. Dos huyeron doblando la esquina, pero un par de ellos quedaron atascados: uno a alcance de melé y otro no. De los dos, el más afortunado fue el primero, al que Otis partió en dos de un golpe. El otro necrófago no tuvo tanta suerte: rodando por la grasa como una croqueta, incapaz de salir de ella, pero lejos del alcance de cuerpo a cuerpo, Awaie y Daralhar comenzaron a practicar el tiro al blanco con el bicho. Primero Awaie acertó una flecha en el orificio anal del necrófago, pero éste no tuvo tiempo de lamentarlo, por que seguidamente Daralhar lo paralizó de un flechazo en la nuca. Convertido en estatua sodomizada, el bicho tuvo que aguantar pacientemente el resto de flechas que acabaron con su miserable existencia. El elfo y el hada aún discutían qué disparo había sido mejor cuando un mugriento pie asomó por la esquina y tanteó el área engrasada para comprobar si el hechizo seguía activo. “Hora de desempatar”, pensó el elfo que ya tenía el arco en la mano, y de un certero flechazo arrancó el pie de cuajo y lo clavó en la pared. Punto para los Errantes.
Cuando la grasa se acabó y Otis pudo parar de reír, registraron la zona. Retrocedieron un poco para registrar mejor el “dormitorio” de los necrófagos. Encontraron un par de sacos con ropa usada, y un barril con un cazo lleno de un sospechoso líquido que tras una compleja evaluación alquímica y diversos análisis (que incluyeron volcar el contenido por la habitación) decidieron que era agua potable. Aún así la ciencia da sus frutos: al volcar el barril quedó al descubierto un pequeño agujero con un buen puñado de monedas de plata. En un rincón también descubrieron una pequeña caja que contenía un estuche de plata con un pergamino mágico y un colgante dorado de valioso aspecto con un emblema heráldico sobre une gema roja engarzada. Al verlo, la cara y el tono de Otis cambiaron y, contrariamente a su estilo, hizo una petición: “quisiera quedarme con esto y a cambio no reclamaré nada más de lo que encontremos”. Los Errantes, acostumbrados a los “tratos justos” de Rannos, Burne y demás individuos, lo miraron con suspicacia, pero en sus ojos no parecía brillar la codicia, sino un profundo respeto y quizás añoranza. Decidieron darle el colgante en un acto de unanimidad bastante atípico en el grupo (incluso con sólo tres miembros presentes). Daralhar insistió en conocer la historia tras el colgante, pero Otis accedió a contarla sólo cuando estuvieran en algún otro sitio, a salvo de oídos enemigos.
Sin darle más vueltas al asunto, registraron las siguientes habitaciones: en la contigua no había nada, pero tras ella había una pequeña cámara donde con una estantería con trofeos oxidados y arruinados por el tiempo, y un escudo colgado en la pared, con un emblema en forma de una calavera deformada de tal modo que la hacía parecer un champiñón, similar a la calavera que había en la habitación de los necrófagos. Awaie no encontró ninguna trampa por la habitación, y Otis dedujo que por lo bien que había aguantado el escudo el paso de los años, debía tener algún encantamiento mágico… ¡¡Al saco!!
Registraron también la habitación de la que venían los sollozos. Tenía la puerta cerrada con llave, pero Awaie conocía el tipo de cerradura y la abrió sin problemas. Dentro encontraron varios prisioneros desnudos. Posiblemente se trataba de la despensa de los necrófagos.
-¡El poder de San Cuthbert viene a liberaros! -gritó Duncan viendo su gran oportunidad.
-¡Y el de la vieja fe! –protestó Awaie tras él.
-Y el de Boccob… -rezongó Daralhar desde el pasillo.
Pero en estos casos el que primero llega se lo lleva, así que ese día Duncan realizó muchas conversiones a su fe. Entre los prisioneros había un pirata llamado Karpo que había sido entregado a los necrófagos como castigo por el líder pirata de Nulb, que resultó ser el mismo que regentaba la mugrienta posada de la aldea. La simple idea de que los piratas locales tuvieran “contactos comerciales” con un clan de necrófagos era en sí más preocupante que la propia existencia de las criaturas.
Tras devolver a los prisioneros sus ropas (las que se encontraban en los sacos), un orgulloso Duncan encabezó la marcha hacia el templo de San Cuthbert en Hommlet. Por el camino Awaie tuvo tiempo de trabar amistad con un extraño guerrero oriental bastante falto de rodaje que se quedó impresionado con las batallitas que le contaba el hada.
Llegaron a Hommlet al anochecer, y mientras Duncan presentaba en el templo a los espontáneos conversos, Daralhar y Awaie fueron a llevarle a Burne lo recogido para que ejerciera su derecho de pernada. Los objetos encontrados valían un buen pellizco, que fue repartido posteriormente.
Pasaron noche en Hommlet y al día siguiente partieron de nuevo al templo maldito. Otis, que les esperaba en su herrería contó por fin la historia del colgante: al parecer él no era herrero, sino un caballero del reino de Furiondy, enviado de incógnito para reunir información sobre el resurgir del mal en la región. Accedió a acompañar de nuevo a Daralhar, Duncan y Awaie al templo para continuar la labor. En esta incursión se les unió también Karpo el pirata que, expulsado de los suyos, ya no tenía a dónde ir.
Llegaron a donde lo habían dejado el día anterior: la cámara de trofeos. Ésta daba a un pasillo perpendicularmente, donde no encontraron ni rastro de sus enemigos. Decidieron tirar a la derecha, pensando que dicho pasillo llegaría a una encrucijada conocida, y así fue. De momento el mapa encajaba bien. Volvieron a la habitación de los necrófagos, y enfilaron por un pasillo aún inexplorado que partía de ésta y que resultó desembocar en lo que en otro tiempo había sido un gran comedor trapezoidal. Había restos de batalla por doquier, quizá de la vieja batalla contra el mal que hubo aquí, pero aparte de alguna que otra arma común, no encontraron nada de valor entre los despojos. El comedor tenía un par de salidas más, y tras comprobar que la primera salía a un pasillo conocido, exploraron la segunda, que se encontraba al fondo de la gran estancia. Aquella salida daba a lo que fue una cocina, con una enorme chimenea. De ella partían otras tres salidas, pero aantes de ver a dónde se dirigían, Awaie decidió registrar la gran chimenea, que resultó ser el hogar de una enorme serpiente de vivos colores que conforme asomó la cabeza, mordió a Karpo, el cual cayó fulminado al instante por el potente veneno. Aquello fue demasiado para el caballero Otis, que huyó como una rata mientras Daralhar trataba de convencerle de que podía dormir a las serpiente si le entretenía al bicho un instante, pero fue inútil. Al caballero había que echarle un galgo ya. Viendo el percal, Duncan, Awaie y Daralhar decidieron largarse también; sin un guerrero en condiciones, no tendría oportunidad, pero la serpiente tuvo tiempo de darle un último mordisco a uno de ellos en su precipitada huída. El ataque cayó sobre Awaie, que pese a aguantar el veneno como un campeón, quedó inconsciente por el daño recibido. Daralhar se echó al hada al hombro precipitadamente y siguió corriendo mientras tras él Duncan ya comenzaba a invocar el poder de San Cuthbert sobre su compañero. Por su parte a Otis casi lo habían perdido de vista.
Otis no paró hasta volver al pasillo que partía de la habitación de los necrófagos, donde el grupo pudo reagruparse de nuevo. Awaie había esquivado otra vez a la muerte milagrosamente, pero nadie tenía ganas de verle de nuevo la cara al bicho, ni siquiera Daralhar sabía si su hechizo funcionaría, así que decidieron explorar de nuevo por el pasillo de las encrucijadas. Salieron de nuevo a él y cogieron una bifurcación oblicua a mitad de la cual, Daralhar encontró una puerta secreta en el muro de la izquierda. Cogieron por esa vía (dejando otro peligroso cabo suelto sin explorar), y continuaron por un pasillo que llegaba a una zona con celdas a derecha e izquierda (tres a cada lado). En las de la derecha había un muerto viviente en cada una de ellas que gruñía “cerebros…”. En la pared del fondo de las celdas parecía haber un pequeño orificio de no más de una pulgada de diámetro que no se sabía a dónde daba. Las celdas de la izquierda estaban vacías, salvo una de ellas, que contenía un prisionero gnomo que Duncan liberó y al que mostró su anillo de amistad con los gnomos para que viera que éramos de confianza. Este tipo, sin embargo no se dejó convertir a la “única y verdadera fe” de su salvador, de hecho, por el anillo, creyó que Duncan era un clérigo del dios de los gnomos. El personajillo trató de unirse a la compañía de aventureros, pero el grupo desestimó su ayuda y lo acompañaron amablemente a la salida.
Una vez fuera, habiendo tenido bastante aventura por ese día (y gastado casi todos sus hechizos), decidieron descansar y volver al día siguiente.
2 comentarios:
Falta la parte en la que un necrófago se dedica a buscarnos andando de puntillas mientras Awaie de descojona viéndolo mientras volaba invisible xD
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