Resumen sesión 30/01/2010 por Daralhar
Tras el terrorífico encuentro con el gato muerto, decidieron volver a descansar. Subieron a la catedral del mal, y encontraron por allí merodeando a un aventurero con ganas de fama y fortuna que dijo llamarse Larry, de aspecto fuerte, y diestro con la espada ancha, así que decidieron reclutarlo. Otro guerrero siempre vendría bien.
En el campamento, Sun Tzu y Lajoar se encargaban de las labores domésticas del refugio. Con el tiempo quizá acabarían teniendo gallinas y un huertecito, aunque antes habría que solventar el problema de los osos lechuza…
Allí Los Errantes pudieron dejar de errar por una noche y descansar al calor de la lumbre, recuperar fuerzas, memorizar hechizos y reabastecerse de todo lo necesario para volver al templo al siguiente día con renovado entusiasmo.
A primera hora de la mañana, se encaminaron de nuevo al templo. El grupo lo componían Duncan, Daralhar, Assiul, Traspié, y el recién llegado Larry. Entraron en la catedral del mal como quien entra en casa y descendieron al nivel uno para comprobar el glifo de Duncan. Éste se había activado, así que el clérigo colocó otro, esta vez sólo activable ante la presencia de criaturas malignas.
Luego se dirigieron al punto donde los grandes pasillos de los braseros se unían en unas únicas escaleras largas y anchas que descendían un gran tramo hasta unas pesadas puertas de bronce encadenadas y cubiertas de runas de rechazo. Duncan disipó la magia de las runas y Assiul rompió las cadenas con su hacha mágica. Al otro lado de las puertas había una cámara octogonal que tenía un aire familiar. En el centro de ella había una concavidad con una reja sobre ella. Detrás un altar con instrumentos que sugerían sacrificios, y a ambos lados de éste unos braseros que despedían una pesada bruma que reptaba por el suelo. El techo se abombaba hacia abajo en la zona central, y en el centro de ese abultamiento había un enorme agujero con unos surcos que subían en espiral. Aquella era la cámara que Awaie explorara tiempo atrás, donde dijo ver una niebla que reptaba hacia él y susurraba… bien, lo cierto es que había niebla, pero no reptaba hacia nadie en particular, y en cuanto a los susurros… aquello era el Templo del Mal Elemental ¡Lo raro habría sido escuchar música élfica! Aun así, la cámara tenía un aura de inefable malignidad y la magia podía percibirse en cada rincón.
De la cámara salían cuatro puertas, una orientada a cada punto cardinal. Los Errantes cogieron la del Este y avanzaron por un corredor que tras una bifurcación acababa en lo que parecía un templo del culto al fuego. Retrocedieron hasta la bifurcación y cogieron por otro pasillo que acababa en un mamparo de papel de aspecto oriental. Lo abrieron con cuidado, y detrás había una cortina negra tras la que se oía a alguien hablar en alguna lengua extraña. Todos se apostaron tras la cortina y Duncan entró en silencio y carraspeó. Cuatro pares de ojos se volvieron hacia él. En la habitación había tres bichosos y un tipo con aspecto de guerrero narcisista con una red y una espada larga. Ambos bandos se lanzaron al combate. El guerrero de la red parecía ser el líder de esa panda de desarrapados y comenzó a dar órdenes al tiempo que lanzaba su red sobre Duncan y su espada comenzaba a brillar con un fulgor ígneo. Ambos bandos se enzarzaron en una lluvia de golpes a la que Duncan tuvo que asistir impotente, incapaz de librarse de aquella maldita red. Con la mitad de su tropa dormida por un hechizo, el espadachín comenzó a sufrir una lluvia de puños aporreantes y espadazos cortantes con mala leche que pronto lo dejaron fuera de combate. Assiul remató la faena seccionando la pierna del último bichoso en pie, que murió del shock y la hemorragia. La batalla se había resuelto bien, pero Duncan no conseguía salir de aquella red, ni siquiera con ayuda. No había forma de cortarla, y cuanto más hacía por librarse, más constreñido se veía. Era a todas luces mágica.
Viendo el penoso estado de su amigo, Daralhar decidió usar un preciado pergamino de disipación de magia para intentar sacarlo… pero tampoco funcionó. Habría que llevar al clérigo a Hommlet y que Burne se encargara del asunto. Maldición, más retrasos.
Tras el terrorífico encuentro con el gato muerto, decidieron volver a descansar. Subieron a la catedral del mal, y encontraron por allí merodeando a un aventurero con ganas de fama y fortuna que dijo llamarse Larry, de aspecto fuerte, y diestro con la espada ancha, así que decidieron reclutarlo. Otro guerrero siempre vendría bien.
En el campamento, Sun Tzu y Lajoar se encargaban de las labores domésticas del refugio. Con el tiempo quizá acabarían teniendo gallinas y un huertecito, aunque antes habría que solventar el problema de los osos lechuza…
Allí Los Errantes pudieron dejar de errar por una noche y descansar al calor de la lumbre, recuperar fuerzas, memorizar hechizos y reabastecerse de todo lo necesario para volver al templo al siguiente día con renovado entusiasmo.
A primera hora de la mañana, se encaminaron de nuevo al templo. El grupo lo componían Duncan, Daralhar, Assiul, Traspié, y el recién llegado Larry. Entraron en la catedral del mal como quien entra en casa y descendieron al nivel uno para comprobar el glifo de Duncan. Éste se había activado, así que el clérigo colocó otro, esta vez sólo activable ante la presencia de criaturas malignas.
Luego se dirigieron al punto donde los grandes pasillos de los braseros se unían en unas únicas escaleras largas y anchas que descendían un gran tramo hasta unas pesadas puertas de bronce encadenadas y cubiertas de runas de rechazo. Duncan disipó la magia de las runas y Assiul rompió las cadenas con su hacha mágica. Al otro lado de las puertas había una cámara octogonal que tenía un aire familiar. En el centro de ella había una concavidad con una reja sobre ella. Detrás un altar con instrumentos que sugerían sacrificios, y a ambos lados de éste unos braseros que despedían una pesada bruma que reptaba por el suelo. El techo se abombaba hacia abajo en la zona central, y en el centro de ese abultamiento había un enorme agujero con unos surcos que subían en espiral. Aquella era la cámara que Awaie explorara tiempo atrás, donde dijo ver una niebla que reptaba hacia él y susurraba… bien, lo cierto es que había niebla, pero no reptaba hacia nadie en particular, y en cuanto a los susurros… aquello era el Templo del Mal Elemental ¡Lo raro habría sido escuchar música élfica! Aun así, la cámara tenía un aura de inefable malignidad y la magia podía percibirse en cada rincón.
De la cámara salían cuatro puertas, una orientada a cada punto cardinal. Los Errantes cogieron la del Este y avanzaron por un corredor que tras una bifurcación acababa en lo que parecía un templo del culto al fuego. Retrocedieron hasta la bifurcación y cogieron por otro pasillo que acababa en un mamparo de papel de aspecto oriental. Lo abrieron con cuidado, y detrás había una cortina negra tras la que se oía a alguien hablar en alguna lengua extraña. Todos se apostaron tras la cortina y Duncan entró en silencio y carraspeó. Cuatro pares de ojos se volvieron hacia él. En la habitación había tres bichosos y un tipo con aspecto de guerrero narcisista con una red y una espada larga. Ambos bandos se lanzaron al combate. El guerrero de la red parecía ser el líder de esa panda de desarrapados y comenzó a dar órdenes al tiempo que lanzaba su red sobre Duncan y su espada comenzaba a brillar con un fulgor ígneo. Ambos bandos se enzarzaron en una lluvia de golpes a la que Duncan tuvo que asistir impotente, incapaz de librarse de aquella maldita red. Con la mitad de su tropa dormida por un hechizo, el espadachín comenzó a sufrir una lluvia de puños aporreantes y espadazos cortantes con mala leche que pronto lo dejaron fuera de combate. Assiul remató la faena seccionando la pierna del último bichoso en pie, que murió del shock y la hemorragia. La batalla se había resuelto bien, pero Duncan no conseguía salir de aquella red, ni siquiera con ayuda. No había forma de cortarla, y cuanto más hacía por librarse, más constreñido se veía. Era a todas luces mágica.
Viendo el penoso estado de su amigo, Daralhar decidió usar un preciado pergamino de disipación de magia para intentar sacarlo… pero tampoco funcionó. Habría que llevar al clérigo a Hommlet y que Burne se encargara del asunto. Maldición, más retrasos.
2 comentarios:
Aquí pegaría que Carlos escanee y pegue un mapa del templo del aire, que no he encontrado ninguna foto de altar maligno con niebla que le viniera bien al resúmen.
Y un dibujo de Duncan enchorizado
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