Después del susto con los asesinos de la noche anterior, Los Errantes se tomaron unos días para descansar, informar y progresar en sus habilidades. Lo primero fue darle su parte a Burne e informarle de cómo iban las cosas, o mejor dicho: de cómo no iban. Cuando se le informó de que la muerte de Lareth era de dominio público, la habitual cara de avaro de Burne se transformó en cara de pánico, y más pálido de lo habitual les espetó:
-¿¿Qué habeis hecho, insensatos?? ¡¡Me estoy acojonando hasta yo!!
-Vamos, Burne –lo tranquilizó Daralhar- Si Philtraffus ha resistido un ataque de esos asesinos, no será para tanto.
-Philtraffus no sabe la suerte que ha tenido. Lo mejor será que os quedeis en Hommlet para estudiar en vez de ir a Verbovonc. Hay un contingente en camino, y vendrán también especialistas como magos de batalla. Vuestro aprendizaje aquí será más rápido, y después mejor será que tomeis todas las precauciones necesarias.
-Dentro del templo no ha habido ataques –dijo Duncan.
-Ignoro las protecciones que tendrá el templo, pero es posible que sea más seguro.
Ante esto, algunos decidieron mudarse de forma permanente al templo de San Cuthbert (al menos Daralhar y Philtraffus).
Pasados dos días y llegó el contingente de Verbovonc enviado por el vizconde. En él venían magos y clérigos especializados que examinaron de sus bloques de instrucción a Duncan, Daralhar y Danien (que olvidó su agorafobia con tal de asistir a las clases), considerándolos aptos para avanzar en su carrera. Tras un curso acelerado de tres días, se encontraron de nuevo con Zoa, Marven y un Awaie bastante mustio desde su accidente, y se dirigieron al templo.
Siguieron el mapa trazado, esta vez con más tino que la vez anterior, y buscando a Ever, al que olvidaron en el fragor del combate (y del saqueo), llegaron a la habitación de la guardia, donde había tenido lugar la batalla cinco días antes. En ella no había nada: ni cadáveres, ni botín... ni Ever. Siguieron mapeando y explorando, llegando al pasillo posterior a las celdas de los roe-cerebros. Allí, tras una cortina, encontraron un pequeño cofre, un barrilete de vino, algo de comida y lo que parecían ser los pertrechos de algún desafortunado aventurero, aunque no parecían los de Ever. Cargaron con el cofrecillo y los pertrechos y dejaron el barrilete para seguir con la búsqueda de Ever. Siguieron explorando, encontrando que el mapa era bastante exacto, pero aún seguían sin rastro del druida. Sólo se escuchaban de vez en cuando algunos quejidos y gritos de dolor. Estaban torturando a alguien, pero no podían apresurar las cosas o se volverían a perder y acabarían en los barracones, de la guardia, como la última vez. Cuando todo el mapa hubo cuadrado correctamente, se percataron de que los lamentos venían de una puerta que daba a unas escaleras. Marven decidió ponerlse la túnica robada de la última vez y tratar de emplear la misma estratagema que con el ogro, pero esta vez no coló: apenas hubo bajado unos escalones, un bicho enorme similar a los guardias de las chaquetas de cuero aunque algo más grande (la teoría más aceptada dice que eran osgos, pero aún hay controversia), gritó “¡Intrusooo!” y cargó contra Marven. Aún con aquella mole subiendo las escaleras hacia él, Marven tuvo los huevos gordos de tratar de disimular “¿De qué intruso hablas? ¿No ves que soy yo?”... pero en el último momento tuvo que sacar su ronca y hacer frente al guardia. El resto de los errantes había tomado posiciones en la encrucijada tras la puerta, y en cuanto el bicho se trabó en combate, fue su muerte. Le llovieron golpes por todos lados, bajo la atenta mirada de los magos, que decidieron que no merecía la pena intervenir. Mientras, Awaie bajó revoloteando por las escaleras para ver qué había más abajo. En las escaleras, el guardia recibió un impacto crítico de Zoa, pero ésta equilibró la situación metiéndole otro hachazo a Duncan, que andaba por allí repartiendo mazazos en nombre de San Cuthbert. Aún así el enemigo no tardó en caer. Mientras, Awaie se topaba de narices con otro enemigo: un torturador con pinta de subnormal que le esperaba con un atizador incandescente. Trató de atizarle (nunca mejor dicho), pero falló, así que Awaie se replegó con el resto del grupo. Cuando el torturador salió a la escalera, recibió el mismo trato que su guardaespaldas. Para colmo, con los nervios, al tipo se le escapó su arma de las manos, recibiendo más palos mientras trataba de recogerla. Tras él apareció Ever en pelotas, con unas cadenas en las manos. Intentó arrearle al torturados con las cadenas... y cayó dormido como un lirón, otra vez. Viéndose en abrumadora minoría, el torturador idiota gritó “¡Me rindo!” y trató de negociar sus condiciones (como se suele decir: “ningún tonto se la pilla con la tapa de un baúl”). Duncan se apresuró a negociar con él, pero el resto del grupo no estaba muy de acuerdo con que hablaran por ellos. Después de varias promesas y despromesas, parece ser que Duncan juró garantizarle la vida al idiota hasta Hommlet, donde sería sometido a juicio. Una vez que el tipo estuvo conforme, se le interrogó acerca de las actividades del Templo, pero parece ser que el tipo no había salido de su sala de tortura en varios años. Simplemente le traían a gente y él las torturaba para sacarle información, la tuvieran o no. Aquellos revolvió el estómago a Duncan.
Cuando bajaron a la sala de torturas, encontraron a cuatro prisioneros (dos mujeres y dos orcos) pidiendo auxilio desde dos celdas, y los cadáveres de una mujer y un niño en un potro y una doncella de hierro. Aquello fue bastante descorazonador para Los Errantes, pero al menos pudieron rescatar a los otros cuatro. Daralhar intentó averiguar dónde habían capturado a los orcos, qué hacían cuando los capturaron y por qué no se habían unido a las fuerzas del templo, pero las sabandijas se pusieron a la defensiva y el mago tuvo que reprimir sus ganas de ponerlos a ellos en el potro y preguntarles por segunda vez.
Se pusieron rumbo a Hommlet de nuevo, para llevar al prisionero y a los liberados. Una vez los dejaron allí*, volvieron al templo y abrieron la cerradura del cofre a golpes. Dentro encontraron un par de pociones con un color pajizo y una opacidad por capas, con cierto sabro a limón. Una de ellas tenía el frasco algo roto, así que traspasaron el contenido a un bote que no estuviera resquebrajado, bajaron las escaleras de caracol de la vicaría y siguieron explorando y mapeando las catacumbas**
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-¿¿Qué habeis hecho, insensatos?? ¡¡Me estoy acojonando hasta yo!!
-Vamos, Burne –lo tranquilizó Daralhar- Si Philtraffus ha resistido un ataque de esos asesinos, no será para tanto.
-Philtraffus no sabe la suerte que ha tenido. Lo mejor será que os quedeis en Hommlet para estudiar en vez de ir a Verbovonc. Hay un contingente en camino, y vendrán también especialistas como magos de batalla. Vuestro aprendizaje aquí será más rápido, y después mejor será que tomeis todas las precauciones necesarias.
-Dentro del templo no ha habido ataques –dijo Duncan.
-Ignoro las protecciones que tendrá el templo, pero es posible que sea más seguro.
Ante esto, algunos decidieron mudarse de forma permanente al templo de San Cuthbert (al menos Daralhar y Philtraffus).
Pasados dos días y llegó el contingente de Verbovonc enviado por el vizconde. En él venían magos y clérigos especializados que examinaron de sus bloques de instrucción a Duncan, Daralhar y Danien (que olvidó su agorafobia con tal de asistir a las clases), considerándolos aptos para avanzar en su carrera. Tras un curso acelerado de tres días, se encontraron de nuevo con Zoa, Marven y un Awaie bastante mustio desde su accidente, y se dirigieron al templo.
Siguieron el mapa trazado, esta vez con más tino que la vez anterior, y buscando a Ever, al que olvidaron en el fragor del combate (y del saqueo), llegaron a la habitación de la guardia, donde había tenido lugar la batalla cinco días antes. En ella no había nada: ni cadáveres, ni botín... ni Ever. Siguieron mapeando y explorando, llegando al pasillo posterior a las celdas de los roe-cerebros. Allí, tras una cortina, encontraron un pequeño cofre, un barrilete de vino, algo de comida y lo que parecían ser los pertrechos de algún desafortunado aventurero, aunque no parecían los de Ever. Cargaron con el cofrecillo y los pertrechos y dejaron el barrilete para seguir con la búsqueda de Ever. Siguieron explorando, encontrando que el mapa era bastante exacto, pero aún seguían sin rastro del druida. Sólo se escuchaban de vez en cuando algunos quejidos y gritos de dolor. Estaban torturando a alguien, pero no podían apresurar las cosas o se volverían a perder y acabarían en los barracones, de la guardia, como la última vez. Cuando todo el mapa hubo cuadrado correctamente, se percataron de que los lamentos venían de una puerta que daba a unas escaleras. Marven decidió ponerlse la túnica robada de la última vez y tratar de emplear la misma estratagema que con el ogro, pero esta vez no coló: apenas hubo bajado unos escalones, un bicho enorme similar a los guardias de las chaquetas de cuero aunque algo más grande (la teoría más aceptada dice que eran osgos, pero aún hay controversia), gritó “¡Intrusooo!” y cargó contra Marven. Aún con aquella mole subiendo las escaleras hacia él, Marven tuvo los huevos gordos de tratar de disimular “¿De qué intruso hablas? ¿No ves que soy yo?”... pero en el último momento tuvo que sacar su ronca y hacer frente al guardia. El resto de los errantes había tomado posiciones en la encrucijada tras la puerta, y en cuanto el bicho se trabó en combate, fue su muerte. Le llovieron golpes por todos lados, bajo la atenta mirada de los magos, que decidieron que no merecía la pena intervenir. Mientras, Awaie bajó revoloteando por las escaleras para ver qué había más abajo. En las escaleras, el guardia recibió un impacto crítico de Zoa, pero ésta equilibró la situación metiéndole otro hachazo a Duncan, que andaba por allí repartiendo mazazos en nombre de San Cuthbert. Aún así el enemigo no tardó en caer. Mientras, Awaie se topaba de narices con otro enemigo: un torturador con pinta de subnormal que le esperaba con un atizador incandescente. Trató de atizarle (nunca mejor dicho), pero falló, así que Awaie se replegó con el resto del grupo. Cuando el torturador salió a la escalera, recibió el mismo trato que su guardaespaldas. Para colmo, con los nervios, al tipo se le escapó su arma de las manos, recibiendo más palos mientras trataba de recogerla. Tras él apareció Ever en pelotas, con unas cadenas en las manos. Intentó arrearle al torturados con las cadenas... y cayó dormido como un lirón, otra vez. Viéndose en abrumadora minoría, el torturador idiota gritó “¡Me rindo!” y trató de negociar sus condiciones (como se suele decir: “ningún tonto se la pilla con la tapa de un baúl”). Duncan se apresuró a negociar con él, pero el resto del grupo no estaba muy de acuerdo con que hablaran por ellos. Después de varias promesas y despromesas, parece ser que Duncan juró garantizarle la vida al idiota hasta Hommlet, donde sería sometido a juicio. Una vez que el tipo estuvo conforme, se le interrogó acerca de las actividades del Templo, pero parece ser que el tipo no había salido de su sala de tortura en varios años. Simplemente le traían a gente y él las torturaba para sacarle información, la tuvieran o no. Aquellos revolvió el estómago a Duncan.
Cuando bajaron a la sala de torturas, encontraron a cuatro prisioneros (dos mujeres y dos orcos) pidiendo auxilio desde dos celdas, y los cadáveres de una mujer y un niño en un potro y una doncella de hierro. Aquello fue bastante descorazonador para Los Errantes, pero al menos pudieron rescatar a los otros cuatro. Daralhar intentó averiguar dónde habían capturado a los orcos, qué hacían cuando los capturaron y por qué no se habían unido a las fuerzas del templo, pero las sabandijas se pusieron a la defensiva y el mago tuvo que reprimir sus ganas de ponerlos a ellos en el potro y preguntarles por segunda vez.
Se pusieron rumbo a Hommlet de nuevo, para llevar al prisionero y a los liberados. Una vez los dejaron allí*, volvieron al templo y abrieron la cerradura del cofre a golpes. Dentro encontraron un par de pociones con un color pajizo y una opacidad por capas, con cierto sabro a limón. Una de ellas tenía el frasco algo roto, así que traspasaron el contenido a un bote que no estuviera resquebrajado, bajaron las escaleras de caracol de la vicaría y siguieron explorando y mapeando las catacumbas**
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*¿Hubo juicio, conversiones o algo?
**Como no estuve hasta el final, no sé qué más hicieron éstos xD
Que va, no hubo juicio, lo dejaron en manos de Rufus que lo metio a collejones en una celda. Los orcos le hicieron un corte de manga a Duncan cuando les dijo de convertirse xD, y las mujeres ya eran de St.C.
La verdad es que en las catacumbas no hicieron nada, salvo rayarse creyendose que se habían perdido porque había unas habitaciones y una encrucijada muy parecidas a las que habían visto antes. Bueno, y se armo un poco de pollo porque Duncan queria darles una probaita a las pociones y los otros pensaban que se iba a morir.
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