Otra jornada que empieza, y otra incursión en las catacumbas del Templo. Esta vez, el grueso de los Errantes se dedicó de nuevo a actividades contemplativas, dejando la jornada de exploración en manos de Duncan, Éber, Daralhar y Awaie.
Descendieron por las conocidas escaleras de la vicaría Oeste y fueron rectos hacia delante, para que Daralhar pudiera añadir al mapa las partes que no pudo ver la última vez. Al fondo del pasillo había otras escaleras que, según pudieron comprobar, subían hasta la vicaría Este. Torcieron hacia el Norte en la última encrucijada y llegaron a otro cruce, donde torcieron a la izquierda tratando de que cuadrara el mapa del subterráneo. En esa zona se hizo más fuerte un extraño olor a podredumbre, y mientras dibujaban, algo topó con los pies de Daralhar, pero al escudriñar el suelo no vieron nada. El elfo decidió espolvorear algo de harina a lo ancho del túnel y mirarla después. Con algo de suerte sólo serían ratas.
Siguieron avanzando por ese pasillo y pasaron frente a la boca de otro pasillo que se abría a la derecha, al fondo del cual, a la luz de San Cuthbert, pudieron ver un pequeño hueco. “Una trampa”, pensaron todos. Decidieron que Awaie se adelantara volando (para no activar ningún mecanismo), pero dado que el hada no veía en la oscuridad, Duncan se adentró también un paso en el pasillo para iluminarlo un poco. En cuanto Duncan puso un pie en el pasillo, se escucharon varios sonidos sordos provenientes del fondo del pasillo, y cuatro virotes salieron de la oscuridad en dirección al clérigo, que paró tres de ellos con el pecho y su fe en San Cuthbert. Se replegaron tras la esquina y escucharon un sonido de recarga de ballesta y unos gruñidos. Cambiaron de táctica: Awaie se acercaría invisible mientras Duncan asomaba sólo su maza luminosa. Awaie avanzó por el pasillo mientras varios disparos eran lanzados hacia la maza de Duncan. Al final del pasillo había una puerta a la izquierda y otra a la derecha. Awaie abrió la de la izquierda y un hombre hiena se le acercó olfateando, por lo que salió disparado de vuelta a la seguridad del grupo. Superado el susto, se aventuró de nuevo, y esta vez probó la puerta de la derecha. Al abrirla, llamó la atención de un guardia, esta vez humano, que vigilaba otra puerta frente a ésta. El guardia comenzó a hablar en el idioma de los hombres hiena mientras el duende daba media vuelta y e iba a comunicar sus descubrimientos. Cuando Duncan supo que se enfrentaban a enemigos de carne y hueso, comenzó a gritar desde el pasillo desafiándolos en nombre de San Cuthbert, pero sólo recibió insultos y provocaciones a su dios. Aún así, de aquel diálogo de besugos pudieron sacar varias cosas en claro: la primera fue que estos tipos no conocían a Lareth el Bello, y la segunda es que parecía haber al menos dos facciones poblando aquellas catacumbas. Mientras Duncan debatía con sus enemigos sobre quién era más guay, Daralhar comenzó a divagar con Éber algo acerca de usar una mesa como mantelete para avanzar por el pasillo. Finalmente el duelo dialéctico acabó en tablas, así que los Errantes decidieron seguir pasillo adelante e ignorar la bifurcación de los bocazas lanzavirontes. Mientras lo hacían, de alguna parte del dungeon llegó un sonido como de borboteo... Siguieron avanzando y llegaron a otra bifurcación, ésta vez en forma aproximada de “Y”. Tiraron por la izquierda y pasaron frente a una puerta cerrada, pero la ignoraron tratando de llegar a terreno conocido, y finalmente lo hicieron, descubriendo que el error en el mapa no era tan grande, por lo que pudieron recomponerlo y quedó perfectamente cuadrado.
Una vez explorada esa parte, era el momento de buscar problemas, y comenzaron con lo que les quedaba más cerca: la última puerta que habían visto. Awaie la inspeccionó en busca de trampas, pero sólo descubrió un pequeño orificio a un metro y medio de altura. Con precaución, Duncan inspeccionó el orificio y vio al otro lado un ojo que le miraba mal y acto seguido se quitaba de en medio. Debatieron un momento el curso de acción y se decidieron por el ataque frontal: Duncan abrió la puerta de golpe y trató de golpear a lo que hubiera al otro lado, al mismo tiempo que lo que había al otro lado (un hombre hiena) hacía lo mismo con Duncan. Dentro de la habitación, cuatro hombres hiena armados con espadas anchas se les encararon. Daralhar durmió a dos con un hechizo, esperando que el resto de compañeros pudieran dar cuenta de los otros. Duncan se batía con su maza frente a la puerta mientras Awaie y Éber (sorprendentemente despierto) se deslizaban a espaldas de los bichos buscando flanquearles. En una de sus habituales jugadas, el hada logró introducir su daga por el ano de uno de los hombres hiena y retorcerla mientras el bicho chillaba, pero en vez de matarlo sólo consiguió que se encabronara más y la tomara con el hada. Duncan y Éber hacían lo que podían también, incluso Daralhar trató de golpear con sus espadas a una de las hienas, buscando una resolución rápida del combate, pero aquello seguía alargándose. La falta de guerreros especializados en la lucha se notaba.
Cuando unos de los bichos trató de arrancarle a Daralhar la cara de un espadazo, el elfo decidió acelerar las cosas y lanzó otro hechizo de sueño, pero ésta vez sólo afectó a uno. Aún así, acabar con el último llevó un rato. El cansancio ya comenzaba a asomar y el último bicho aún se retorcía malherido. Duncan asestaba los últimos golpes a su enemigo cuando al volver la vista sobre su hombro, al fondo de la habitación vio que habían entrado otros cuatro hombres hiena y, no se sabe cómo, se habían colocado en perfecta formación de arqueros, pero en vez de arcos sostenían unas redomas con algún potingue dentro, las cuales lanzaron todas a la vez realizando un bonito número coreográfico. Los desgraciados que recibieron el impacto de los frascos quedaron al instante envueltos en llamas. De pronto, todo el combate se había transformado en una barbacoa en la que Awaie y Éber parecían el plato principal.
Daralhar desde el pasillo vigilaba a ambos lados y repasaba sus notas cuando, aparte de los típicos golpes del combate, comenzó a escuchar alaridos y a oler a quemado. Vio a Éber y Awaie envueltos en llamas, al igual que uno de los bichos que dormía plácidamente un instante antes. Al fondo de la habitación, otros cuatro nuevos enemigos comenzaban a desenvainar sus luceros del alba con aviesas intenciones, mientras Éber trataba de sofocar el fuego de su túnica y Awaie yacía en el suelo hecho un churrasco. Aquello comenzaba a no ser divertido. El mago lanzó su último hechizo de dormir esperando que tuviera la efectividad de otras veces, pero sólo pudo tumbar a dos enemigos, llegando los otros dos hasta Duncan, y Éber, que se trabaron inmediatamente con ellos protegiendo el cuerpo de Awaie, al tiempo que uno de los enemigos de la primera remesa, salpicado por las llamas, se despertaba de su plácido sueño justo a tiempo para unirse a la refriega. Daralhar consiguió sacar a Awaie de la habitación, y al ver que aún respiraba le hizo tomar un frasco de jugo de hígado, comprobando aliviado cómo su amigo volvía a abrir los ojos. Mientras, en la habitación, Eber y Duncan se batían en retirada hacia el pasillo. Duncan cansado y con la armadura destrozada buscó un momento de respiro para curarse con el poder de San Cuthbert mientras Éber entretenía en solitario a los bichos. Una vez que Éber se reagrupó en el pasillo con ellos, Daralhar lanzó un hechizo de grasa y cortó el avance de los enemigos, lo que aprovechó Duncan para curar completamente al hada, sin embargo Awaie ya no era el mismo: los hechizos de curación no pudieron rehacer sus alas carbonizadas y su cuerpo mostraba diversas cicatrices de las quemaduras. Mientras sus compañeros le cubrían la retirada, el hada, mustia y cabizbaja, se encaminó a las escaleras de la vicaría, sintiendo que una parte de sí misma se quedaba allí abajo para siempre (literalmente).
Con los bichos resbalando y rodando como croquetas, las situación parecía estar controlada de nuevo: Duncan y Éber pegaban a los que estaban en el suelo mientras Daralhar comenzaba a sacar sus temibles paquetes de harina. Sin embargo las cosas seguían sin funcionar: la harina no estaba funcionando bien hoy. El primer paquete dio en el blanco sobre una antorcha que había en el suelo, pero no hizo mucho daño, y al segundo, al elfo le salió mal el lanzamiento y fue a parar a la cabeza al druida. Por su parte las hienas, aún desde el suelo seguían pegando, y las armaduras hechas jirones de Éber y Duncan compensaban la incomodidad de pegar desde el suelo y resbalando, y para “arreglarlo”, Éber se quedó dormido de pronto. Daralhar desarmó a la hiena que iba a intentar asestar el golpe de gracia a Éber lanzando otra grasa sobre su arma, que se le resbaló de las manos con el impulso. El lucero del alba salió disparado patinando por el pasillo abajo, perdiéndose en la oscuridad. Cuando el mago se hubo recuperado de lanzar el hechizo, despertó al druida de un puntapié, y éste volvió a ponerse en pie para combatir, pero por poco tiempo, porque el enemigo desarmado que tenía frente a él le hizo una presa con sus patas y lo tiró al suelo de nuevo, donde quedaron trabados al tiempo que el druida trataba de abrirle las tripas con su cimitarra.
Duncan seguía machacando al que tenía frente a él y Daralhar, estimando (una vez más) la situación controlada, sacó el arco y comenzó a hacer tiro al blanco con un tercer enemigo que seguía rodando por la grasa, pero en segunda fila de batalla.
Tras varios interminables minutos de lucha, los Errantes acabaron con sus enemigos y pudieron atar a los dos prisioneros, aún dormidos, y comenzar a saquear el campo de batalla, sin embargo no les dio tiempo a mucho: cuando Duncan se preparaba para interrogar a los hombres hiena y Éber y Daralhar hacían un fardo con las cotas de malla las armas para llevárselas, el clérigo vio llegar a varios enemigos más del mismo tipo, siendo uno de ellos bastante más grande que los otros. El bicho hizo amago de coger otra de las mortíferas redomas inflamables, y Duncan usó a un prisionero como rehén, amenazando con matarlo de un mazazo en la cabeza si los enemigos hacían un movimiento, pero aquello no surtió mucho efecto, algo esperable en criaturas malignas, así que llegó el momento de la retirada. Aparte de algunas monedas y baratijas, Daralhar enganchó una cota de malla mientras se largaba rumbo al pasillo. La escalera de la vicaría estaba muy cerca, y pronto los compañeros estuvieron a salvo en la relativa seguridad de la catedral del mal (ejem...). Allí les esperaban Awaie, Marven y Darien. Éste último ya estaba empezando a pensar si ponerle unas cortinitas y unas alfombras al lugar, dado que parece que acabaría teniendo que vivir allí. Mientras tomaban aliento deliberaron qué hacer, y fue entonces cuando Awaie, que había estado callado todo el rato, comunicó a sus amigos sus pensamientos: manco y sin poder volar sólo sería un lastre para el grupo, de manera que expresó su deseo de retirarse de su vida de aventuras. Aquello fue un palo para todos. Duncan opinaba que quizá si se pasaba a la fe de San Cuthbert podrían restituirle, mientras que Éber acudía a los dogmas de la vieja fe, según los cuales debes aceptar lo que la naturaleza te mande en cada momento de tu vida. Daralhar, más pragmático, trataba de buscar soluciones más prácticas para que su amigo pudiera seguir acompañándoles, quizá a hombros de algún guerrero fuerte (cuando no estuvieran zanganeando). El sexto sentido del hada, sus actitudes sortílegas y algunas habilidades seguían intactas, sin embargo la decisión de Awaie era bastante firme. Depender de alguien permanentemente para que te saque del peligro si las cosas van mal no era una perspectiva muy halagüeña, así que propuso ir a hablar con Burne para hacer oficial su renuncia y presentar a su protegido Takeshi ante el patrocinador.
Pasaron la noche allí y al día siguiente marcharon a Hommlet para llegar aún con luz del día. Awaie, Takeshi, Éber, Duncan y Daralhar fueron a hablar con Burne. Takeshi no aceptó de buen grado aquella jubilación, ya que aún se consideraba inexperto, pero Awaie se mantuvo inflexible, confiando en el guerrero. Una vez en la torre de Burne, Awaie expuso su caso ante el mago, el cual comenzó a poner pegas acerca de la deuda que aún tenía que pagar y blablabla. Daralhar comenzó a irritarse, como cada vez que Burne comenzaba con sus tacañerías, y más ahora, que el tipo iba a salir ganando con este cambio en el grupo. Duncan intercedió, apoyando la decisión de Awaie, y Burne, en un alarde de generosidad (y con una media sonrisa) le ofreció un hechizo de Restauración al hada duende, pero éste no quiso lastrar al grupo con otras 100.000 monedas de deuda y ratificó su intención de renuncia, así que Takeshi dio un paso al frente y se presentó ante Burne quien lo aceptó a regañadientes, sin fiarse mucho de las extrañas pintas y maneras del guerrero extranjero. Tras esto, el grupo repartió las escasas ganancias de las dos últimas incursiones y salieron de nuevo de la torre, donde se despidieron de Awaie.
Y así fue como Awaie Salvagris, mutilador de Lareth el Bello y sodomizador de necrófagos y gnolls, se encaminó a la arboleda de Bastongrís para tratar de aprender algo del viejo druida, en espera de tiempos y reencarnaciones mejores.
Descendieron por las conocidas escaleras de la vicaría Oeste y fueron rectos hacia delante, para que Daralhar pudiera añadir al mapa las partes que no pudo ver la última vez. Al fondo del pasillo había otras escaleras que, según pudieron comprobar, subían hasta la vicaría Este. Torcieron hacia el Norte en la última encrucijada y llegaron a otro cruce, donde torcieron a la izquierda tratando de que cuadrara el mapa del subterráneo. En esa zona se hizo más fuerte un extraño olor a podredumbre, y mientras dibujaban, algo topó con los pies de Daralhar, pero al escudriñar el suelo no vieron nada. El elfo decidió espolvorear algo de harina a lo ancho del túnel y mirarla después. Con algo de suerte sólo serían ratas.
Siguieron avanzando por ese pasillo y pasaron frente a la boca de otro pasillo que se abría a la derecha, al fondo del cual, a la luz de San Cuthbert, pudieron ver un pequeño hueco. “Una trampa”, pensaron todos. Decidieron que Awaie se adelantara volando (para no activar ningún mecanismo), pero dado que el hada no veía en la oscuridad, Duncan se adentró también un paso en el pasillo para iluminarlo un poco. En cuanto Duncan puso un pie en el pasillo, se escucharon varios sonidos sordos provenientes del fondo del pasillo, y cuatro virotes salieron de la oscuridad en dirección al clérigo, que paró tres de ellos con el pecho y su fe en San Cuthbert. Se replegaron tras la esquina y escucharon un sonido de recarga de ballesta y unos gruñidos. Cambiaron de táctica: Awaie se acercaría invisible mientras Duncan asomaba sólo su maza luminosa. Awaie avanzó por el pasillo mientras varios disparos eran lanzados hacia la maza de Duncan. Al final del pasillo había una puerta a la izquierda y otra a la derecha. Awaie abrió la de la izquierda y un hombre hiena se le acercó olfateando, por lo que salió disparado de vuelta a la seguridad del grupo. Superado el susto, se aventuró de nuevo, y esta vez probó la puerta de la derecha. Al abrirla, llamó la atención de un guardia, esta vez humano, que vigilaba otra puerta frente a ésta. El guardia comenzó a hablar en el idioma de los hombres hiena mientras el duende daba media vuelta y e iba a comunicar sus descubrimientos. Cuando Duncan supo que se enfrentaban a enemigos de carne y hueso, comenzó a gritar desde el pasillo desafiándolos en nombre de San Cuthbert, pero sólo recibió insultos y provocaciones a su dios. Aún así, de aquel diálogo de besugos pudieron sacar varias cosas en claro: la primera fue que estos tipos no conocían a Lareth el Bello, y la segunda es que parecía haber al menos dos facciones poblando aquellas catacumbas. Mientras Duncan debatía con sus enemigos sobre quién era más guay, Daralhar comenzó a divagar con Éber algo acerca de usar una mesa como mantelete para avanzar por el pasillo. Finalmente el duelo dialéctico acabó en tablas, así que los Errantes decidieron seguir pasillo adelante e ignorar la bifurcación de los bocazas lanzavirontes. Mientras lo hacían, de alguna parte del dungeon llegó un sonido como de borboteo... Siguieron avanzando y llegaron a otra bifurcación, ésta vez en forma aproximada de “Y”. Tiraron por la izquierda y pasaron frente a una puerta cerrada, pero la ignoraron tratando de llegar a terreno conocido, y finalmente lo hicieron, descubriendo que el error en el mapa no era tan grande, por lo que pudieron recomponerlo y quedó perfectamente cuadrado.
Una vez explorada esa parte, era el momento de buscar problemas, y comenzaron con lo que les quedaba más cerca: la última puerta que habían visto. Awaie la inspeccionó en busca de trampas, pero sólo descubrió un pequeño orificio a un metro y medio de altura. Con precaución, Duncan inspeccionó el orificio y vio al otro lado un ojo que le miraba mal y acto seguido se quitaba de en medio. Debatieron un momento el curso de acción y se decidieron por el ataque frontal: Duncan abrió la puerta de golpe y trató de golpear a lo que hubiera al otro lado, al mismo tiempo que lo que había al otro lado (un hombre hiena) hacía lo mismo con Duncan. Dentro de la habitación, cuatro hombres hiena armados con espadas anchas se les encararon. Daralhar durmió a dos con un hechizo, esperando que el resto de compañeros pudieran dar cuenta de los otros. Duncan se batía con su maza frente a la puerta mientras Awaie y Éber (sorprendentemente despierto) se deslizaban a espaldas de los bichos buscando flanquearles. En una de sus habituales jugadas, el hada logró introducir su daga por el ano de uno de los hombres hiena y retorcerla mientras el bicho chillaba, pero en vez de matarlo sólo consiguió que se encabronara más y la tomara con el hada. Duncan y Éber hacían lo que podían también, incluso Daralhar trató de golpear con sus espadas a una de las hienas, buscando una resolución rápida del combate, pero aquello seguía alargándose. La falta de guerreros especializados en la lucha se notaba.
Cuando unos de los bichos trató de arrancarle a Daralhar la cara de un espadazo, el elfo decidió acelerar las cosas y lanzó otro hechizo de sueño, pero ésta vez sólo afectó a uno. Aún así, acabar con el último llevó un rato. El cansancio ya comenzaba a asomar y el último bicho aún se retorcía malherido. Duncan asestaba los últimos golpes a su enemigo cuando al volver la vista sobre su hombro, al fondo de la habitación vio que habían entrado otros cuatro hombres hiena y, no se sabe cómo, se habían colocado en perfecta formación de arqueros, pero en vez de arcos sostenían unas redomas con algún potingue dentro, las cuales lanzaron todas a la vez realizando un bonito número coreográfico. Los desgraciados que recibieron el impacto de los frascos quedaron al instante envueltos en llamas. De pronto, todo el combate se había transformado en una barbacoa en la que Awaie y Éber parecían el plato principal.
Daralhar desde el pasillo vigilaba a ambos lados y repasaba sus notas cuando, aparte de los típicos golpes del combate, comenzó a escuchar alaridos y a oler a quemado. Vio a Éber y Awaie envueltos en llamas, al igual que uno de los bichos que dormía plácidamente un instante antes. Al fondo de la habitación, otros cuatro nuevos enemigos comenzaban a desenvainar sus luceros del alba con aviesas intenciones, mientras Éber trataba de sofocar el fuego de su túnica y Awaie yacía en el suelo hecho un churrasco. Aquello comenzaba a no ser divertido. El mago lanzó su último hechizo de dormir esperando que tuviera la efectividad de otras veces, pero sólo pudo tumbar a dos enemigos, llegando los otros dos hasta Duncan, y Éber, que se trabaron inmediatamente con ellos protegiendo el cuerpo de Awaie, al tiempo que uno de los enemigos de la primera remesa, salpicado por las llamas, se despertaba de su plácido sueño justo a tiempo para unirse a la refriega. Daralhar consiguió sacar a Awaie de la habitación, y al ver que aún respiraba le hizo tomar un frasco de jugo de hígado, comprobando aliviado cómo su amigo volvía a abrir los ojos. Mientras, en la habitación, Eber y Duncan se batían en retirada hacia el pasillo. Duncan cansado y con la armadura destrozada buscó un momento de respiro para curarse con el poder de San Cuthbert mientras Éber entretenía en solitario a los bichos. Una vez que Éber se reagrupó en el pasillo con ellos, Daralhar lanzó un hechizo de grasa y cortó el avance de los enemigos, lo que aprovechó Duncan para curar completamente al hada, sin embargo Awaie ya no era el mismo: los hechizos de curación no pudieron rehacer sus alas carbonizadas y su cuerpo mostraba diversas cicatrices de las quemaduras. Mientras sus compañeros le cubrían la retirada, el hada, mustia y cabizbaja, se encaminó a las escaleras de la vicaría, sintiendo que una parte de sí misma se quedaba allí abajo para siempre (literalmente).
Con los bichos resbalando y rodando como croquetas, las situación parecía estar controlada de nuevo: Duncan y Éber pegaban a los que estaban en el suelo mientras Daralhar comenzaba a sacar sus temibles paquetes de harina. Sin embargo las cosas seguían sin funcionar: la harina no estaba funcionando bien hoy. El primer paquete dio en el blanco sobre una antorcha que había en el suelo, pero no hizo mucho daño, y al segundo, al elfo le salió mal el lanzamiento y fue a parar a la cabeza al druida. Por su parte las hienas, aún desde el suelo seguían pegando, y las armaduras hechas jirones de Éber y Duncan compensaban la incomodidad de pegar desde el suelo y resbalando, y para “arreglarlo”, Éber se quedó dormido de pronto. Daralhar desarmó a la hiena que iba a intentar asestar el golpe de gracia a Éber lanzando otra grasa sobre su arma, que se le resbaló de las manos con el impulso. El lucero del alba salió disparado patinando por el pasillo abajo, perdiéndose en la oscuridad. Cuando el mago se hubo recuperado de lanzar el hechizo, despertó al druida de un puntapié, y éste volvió a ponerse en pie para combatir, pero por poco tiempo, porque el enemigo desarmado que tenía frente a él le hizo una presa con sus patas y lo tiró al suelo de nuevo, donde quedaron trabados al tiempo que el druida trataba de abrirle las tripas con su cimitarra.
Duncan seguía machacando al que tenía frente a él y Daralhar, estimando (una vez más) la situación controlada, sacó el arco y comenzó a hacer tiro al blanco con un tercer enemigo que seguía rodando por la grasa, pero en segunda fila de batalla.
Tras varios interminables minutos de lucha, los Errantes acabaron con sus enemigos y pudieron atar a los dos prisioneros, aún dormidos, y comenzar a saquear el campo de batalla, sin embargo no les dio tiempo a mucho: cuando Duncan se preparaba para interrogar a los hombres hiena y Éber y Daralhar hacían un fardo con las cotas de malla las armas para llevárselas, el clérigo vio llegar a varios enemigos más del mismo tipo, siendo uno de ellos bastante más grande que los otros. El bicho hizo amago de coger otra de las mortíferas redomas inflamables, y Duncan usó a un prisionero como rehén, amenazando con matarlo de un mazazo en la cabeza si los enemigos hacían un movimiento, pero aquello no surtió mucho efecto, algo esperable en criaturas malignas, así que llegó el momento de la retirada. Aparte de algunas monedas y baratijas, Daralhar enganchó una cota de malla mientras se largaba rumbo al pasillo. La escalera de la vicaría estaba muy cerca, y pronto los compañeros estuvieron a salvo en la relativa seguridad de la catedral del mal (ejem...). Allí les esperaban Awaie, Marven y Darien. Éste último ya estaba empezando a pensar si ponerle unas cortinitas y unas alfombras al lugar, dado que parece que acabaría teniendo que vivir allí. Mientras tomaban aliento deliberaron qué hacer, y fue entonces cuando Awaie, que había estado callado todo el rato, comunicó a sus amigos sus pensamientos: manco y sin poder volar sólo sería un lastre para el grupo, de manera que expresó su deseo de retirarse de su vida de aventuras. Aquello fue un palo para todos. Duncan opinaba que quizá si se pasaba a la fe de San Cuthbert podrían restituirle, mientras que Éber acudía a los dogmas de la vieja fe, según los cuales debes aceptar lo que la naturaleza te mande en cada momento de tu vida. Daralhar, más pragmático, trataba de buscar soluciones más prácticas para que su amigo pudiera seguir acompañándoles, quizá a hombros de algún guerrero fuerte (cuando no estuvieran zanganeando). El sexto sentido del hada, sus actitudes sortílegas y algunas habilidades seguían intactas, sin embargo la decisión de Awaie era bastante firme. Depender de alguien permanentemente para que te saque del peligro si las cosas van mal no era una perspectiva muy halagüeña, así que propuso ir a hablar con Burne para hacer oficial su renuncia y presentar a su protegido Takeshi ante el patrocinador.
Pasaron la noche allí y al día siguiente marcharon a Hommlet para llegar aún con luz del día. Awaie, Takeshi, Éber, Duncan y Daralhar fueron a hablar con Burne. Takeshi no aceptó de buen grado aquella jubilación, ya que aún se consideraba inexperto, pero Awaie se mantuvo inflexible, confiando en el guerrero. Una vez en la torre de Burne, Awaie expuso su caso ante el mago, el cual comenzó a poner pegas acerca de la deuda que aún tenía que pagar y blablabla. Daralhar comenzó a irritarse, como cada vez que Burne comenzaba con sus tacañerías, y más ahora, que el tipo iba a salir ganando con este cambio en el grupo. Duncan intercedió, apoyando la decisión de Awaie, y Burne, en un alarde de generosidad (y con una media sonrisa) le ofreció un hechizo de Restauración al hada duende, pero éste no quiso lastrar al grupo con otras 100.000 monedas de deuda y ratificó su intención de renuncia, así que Takeshi dio un paso al frente y se presentó ante Burne quien lo aceptó a regañadientes, sin fiarse mucho de las extrañas pintas y maneras del guerrero extranjero. Tras esto, el grupo repartió las escasas ganancias de las dos últimas incursiones y salieron de nuevo de la torre, donde se despidieron de Awaie.
Y así fue como Awaie Salvagris, mutilador de Lareth el Bello y sodomizador de necrófagos y gnolls, se encaminó a la arboleda de Bastongrís para tratar de aprender algo del viejo druida, en espera de tiempos y reencarnaciones mejores.
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