Resumen 07/03/2009 por DaralharLa bruma de Darien cogió desprevenidos a los sectarios, y pronto se oyeron gritos de confusión y choques entre ellos. Zoa y Merya aprovecharon para replegarse mientras en la habitación Daralhar dormía con un hechizo al hada maligna y a Conomen y Almeth se batía con Dother, el cual no le duró mucho. No hubo mucho tiempo para tomar aliento, ya que por el pasillo se veía avanzar al joven de la armadura con una sonrisa torva en su mirada. Viendo que no llegarían a tiempo de de cortarle el paso, Zoa se adelantó para retrasar su avance, pero el tipo la hizo huir con un hechizo. Sin embargo a veces la soberbia nos hace subestimar las pequeñas amenazas: al retirarse Zoa, Awaie tuvo a tiro a su enemigo, y apuntó al único sitio en el que no llevaba coraza: la cabeza. La flecha voló por el pasillo y arrancó la mandíbula de su enemigo, sonrisa incluida, destrozando su bello rostro. En pleno shock, con los ojos anegados en lágrimas, el tiparraco dio media vuelta y se encerró en sus aposentos, mientras entre sus tropas reinaba la confusión. Awaie aún no lo sabía, pero aquel disparo le convertiría en una leyenda muy popular... entre los adoradores de Loth
La momentánea victoria dio unos momentos de respiro a los Errantes y, colocando a Almeth de guardia junto al pasillo, decidieron rebanar el cuello de Conomen y el hada maligna mientras dormían. Con Conomen funcionó, pero con el bicho el cuchillo resbaló en el último momento y el pequeño engendro se despertó. Al verse sin su arma, utilizó un hechizo y polimorfó en reptil al primero que pilló: la desafortunada Zoa. Parece que la magia no era su amiga.
Daralhar volvió a dormir al hada, los Errantes la rodearon para que no pudiera escapar, e intentaron otra vez cortarle la cabeza mientras dormía... e incomprensiblemente fallaron de nuevo. El bichejo, sin armas ni hechizos ya, se puso a dar salto mientras los Errantes trataban en vano de acertarle algún golpe. Daralhar trató de frenar el ritmo del bicho lanzándole un hechizo de “Vejiga floja”, pero sólo consiguió que el renacuajo siguiera saltando y meando a la gente, mayormente le cayó todo a Eber. Finalmente, Llagular logró arrancarle una pierna con su arpón y luego ensartarla como una brocheta de duende cojonero. Mientras, Zoa, polimorfada en un bonito tritón, vigilaba el pasillo y comenzó a dar saltitos y hacer gestos extraños advirtiendo de que había moros en la costa... de hecho dichos “moros” la vieron y le dispararon con sus ballestas. Por suerte no le dieron, o la habrían convertido en pulpa de tritón de un solo impacto. Daralhar decidió meter al bicho en su mochila antes que alguien acabara por pisarlo. El tritón se pasó el resto de la batalla viendo lo que ocurría con la cabeza asomada sobre el hombro del mago.
Parecía que la bruma se había despejado y las tropas volvían a la carga, así que Daralhar y Darien les cortaron el paso con una combinación de grasa y esfera de hielo, aun así, el lugarteniente de la coraza consiguió pasar a lo bestia, y algunas de sus penosas tropas consiguieron seguirle. El asalto pilló de sorpresa a los Errantes, que no habían conseguido bloquear el pasillo de nuevo, por lo que se pasó a un furioso cuerpo a cuerpo en la sala a bayoneta calada, aderezado con arriesgados disparos de ballesta. Llagular era el mejor guerrero en ese momento, así que fue asignado para encargarse del tipo de la armadura. Merya fue con él. El resto de los compañeros se vieron luchando con el enemigo más cercano. El combate ya estaba en precario equilibrio cuando reapareció el “sin mandíbula”. Con un pañuelo ensangrentado cubriéndole la cara y un cetro y una maza en las manos, balbuceando a gritos ininteligibles espoleó a las tropas rezagadas para que se unieran a la refriega, mientras los Errantes proferían burlas por hacia su patética estampa. Aquello cabreó aún más al clérigo, pero entre la gente que había y el charco de grasa, no consiguió abrirse paso.
Llagular y Merya estaban consiguiendo inclinar su lucha particular con el lugarteniente a favor suyo, mientras Almeth le arrancó un brazo a otro sectario. Entonces, la grasa se disipó y las tropas que quedaban entraron en tromba en aquel caos. Daralhar, ya sin hechizos, sacó su arco y comenzó a darle uso, aunque sin mucho éxito, mientras Darien, aferrado a su daga, reservaba su último hechizo de bola de hielo. Eber, por otro lado conseguía seccionar la arteria de un sectario y empezaba a sangrar como un cerdo.
El intercambio de golpes siguió, hasta que el subjefe de toda aquella plebe cayó bajo el arpón de Llagular cuan largo era, con armadura incluida, pero Llagular, muy malherido, no pudo acercarse a que Duncan le curara, pues los enemigos le cortaban el paso.
El “sin mandíbula”, con los ojos inyectados en sangre, al fin pudo abrirse paso, y los Errantes, divididos en dos grupos, se replegaron a las esquinas, con Llagular y Merya contra los sectarios rasos por un lado, y el resto por otro, con Duncan detrás curando y Almeth y Eber (sorprendentemente despierto) pegando ya en primera línea. La carencia de guerreros entre los Errantes comenzaba a pasar factura. En ese momento, Darien lanza su última bola de hielo, pillando de lleno al melenudo del cetro, sin embargo, éste, empecinado, alzó el cetro y trató de estrellarlo en la cabeza de Eber, sin embargo pifió y perdió el equilibrio, cabreándose aún más. El tipo seguía dentro de la bola de hielo, volviéndose azul poco a poco, sin embargo volvió a golpear con el cetro y esta vez sí acertó, estampando el sello de la reina araña en cráneo hundido de Almeth, que murió al instante . Aquella era un arma temible. Duncan cerró filas sobre el cadáver de su amigo y se preparó para vender cara la piel, sin embargo, cuando el clérigo maligno levantaba el cetro por tercera, profirió un alarido y quedó paralizado en el sitio, tras lo que se derrumbó y se partió en varios trozos. Una vez más la soberbia fue su perdición: demasiado tiempo expuesto a la bola de hielo de Darien acabaron con el siniestro personaje
Al ver el final de su jefe, el resto de seguidores se acobardaron y pidieron negociar la rendición a cambio de su vida. Se les impuso una rendición incondicional y ser llevados como prisioneros a Hommlet, con lo que el extraño grupo había sido vencido. La muerte de Almeth y la condición de Zoa convertían aquello en una victoria agridulce para los Errantes.