Ya terminado el entrenamiento de Dunkan, los errantes se reunieron de nuevo, tras una semana de penalidades para unos y aburrimiento para otros.
Habían quedado hacía ya tiempo con el druida bastongrís para hablar sobre asuntos concernientes al templo del mal elemental, así que se reunieron con el en la noche del último día de la semana como habían acordado.
Bastongrís les recibió en su arboleda, y les pidió que le acompañasen con discreción. Fueron a la Bienavenida Doncella, y tras una rápida mirada con Ostler, el anciano se metió en una habitación con apariencia de almacén al fondo de la sala. Una vez allí, alejados del bullicio de la sala principal y a cubierto de miradas indeseables, Bastongrís activo un mecanismo oculto que abrió un oscuro pasadizo en una pared de piedra. Indicó a los Errantes que le siguieran, y se metieron todos dentro, cerrando la puerta secreta.
Tras un breve tramo de pasadizo, el grupo se encontró en una estancia oscura, llena de armas y equipo de combate, con una mesa redonda en el centro. El druida les invitó a sentarse, y les expuso lo siguiente:
en Hommlet existe un concilio público, encargado de preservar el orden y la paz y encargarse de cualquier asunto
de autogobierno que no concierna al viscondado de Verbobonc. Sin embargo, este mismo concilio es a la vez un bastión del bien y el orden contra las fuerzas del Mal Elemental, que están cobrando fuerza en los alrededores del antiguo Templo. Se sabe que los taimados esbirros de Iuz tienen espías en la ciudad, y ya que la causa de los Errantes es justa, no estaría de más que tuviesen un ojo abierto en busca de traidores.
Por lo demás, Bastongrís les animó a que siguiesen con sus pesquisas en la casa del foso. Los Errantes discutieron acerca de algunos asuntos y algunas dudas que tenían y se marcharon.
Una vez de vuelta en la posada, Bastongrís siguió su camino, y los Errantes decidieron indagar un poco entre las gentes de por allí. Petia se fué a hablar con Rufus el Mirmidón, e hicieron buenas migas como veteranos del combate que eran. Seravik se fué a hablar con Ostler, pero debido a su mala presencia pudo obtener poco más que desdén de este.
Merya sin embargo, se fué a poner la oreja en conversaciones ajenas, y por casualidad escuchó algo; un par de pueblerinos, uno de ellos con la cara rota y los dientes en la mano, estaban hablando de como le iban a rajar el cuello a otro por golpearles. A Merya no se le ocurrió otra cosa que meterse en la conversación, y tras un bochornoso fracaso diplomatico se volvió a la posada y se lo contó a los demás. Investigaron un poco, y parece ser que el tipo en cuestión era Kobort, un enorme guerrero acompañado por un pequeño secuaz. Al parecer Kobort y los pueblerinos habían tenido una disputa acerca de trampas en el juego, y Kobort había golpeado a uno de ellos con brutal fuerza.
Los Errantes discutieron un poco que hacer, y Llagular se fué a hablar con Kobort. Kobort se presentó como un fornido luchador deseoso de jugar a los dados o pelear, aunque con pocas luces, compensadas sin embargo por su avispado acompañante, Turuko. Llagular invitó a varias rondas a Kobort, y charlaron un poco de forma amistosa.
Mientras tanto, Seravik estaba hablando con los campesinos, increpándolos a actuar y ofreciendo su ayuda para rajarle el cuello a Kobort. Envalentonados, se acercaron a la mesa del grandullón y le hicieron una señal inequivoca con el dedo y la garganta, indicándole que le esperaban fuera, detras de la posada.
Se fueron los granjeros y Seravik, pero Llagular retuvo a Kobort diciéndole que se calmara. Le contó la situación a los demás, y Almeth se fué y le dijo a Rufus lo que pasaba.
Rufus enseguida se enardeció, y salió hecho una furia de la posada. Se encontró conque Seravik y los granjeros estaban esperando con las armas desenfundadas, y uno de los pueblerinos se lanzó al ataque en una furia ciega sin darse cuenta ni de quien iba en la oscuridad. Rufus lo partió en dos de un espadazo, y Seravik enseguida se apresuró a apuñalar al otro pueblerino por la espalda, dejándolo medio muerto y sin sentido. En ese momento aparecieron Kobort y Turuko con ganas de gresca, pero al ver el percal titubearon un poco y los errantes mediaron por Seravik, al cual Rufus estaba presionando acuciantemente a punta de espada. Rufus no estaba muy convencido de las intenciones de Seravik, así que se lo llevó también a los calabozos de la torre junto al granjero herido. Una vez allí, consiguieron convencerle para que dejase libre a Seravik, y el granjero se quedó allí medio muerto al cuidado de Rufus a la espera de ser juzgado.
Parecía que el grupo no iba a averiguar mucho más durante aquella noche, así que se fueron a descansar para salir al día siguiente a la casa del foso.
Con las primeras luces del alba, los Errantes partieron hacia los pantanos, para enfrentarse de nuevo a las fuerzas del mal tras una semana de descanso. Cuando se estaban aproximando, a eso de una milla, divisaron en las almenas de la fortificación unas figuras en movimiento, seguramente guardias. Se pusieron a discutir un buen rato sobre que hacer, pero al final no se pusieron de acuerdo y fueron de cualquier manera en tres grupos diferentes.
El primer grupo, con Seravik y Merya, se internaron atraves del pantano, escondiendose y acercandose sigilosamente a la casa. El segundo, formado por Dunkan y Gorgomol, fueron por el camino normal de frente hacia la fortificación. Los demás se quedaron rezagados.
Dunkan y Gorgomol fueron los primeros en llegar, y descubrieron que sobre la muralla había una especie de humanoide medio hombre medio hiena, fuertemente armado y pertrechado. El monstruo dió el grito de alarma en un idioma extraño, y una multitud de seres similares salieron corriendo por la puerta principal a defender la casa del foso. Gorgomol se puso furioso, y se lanzó a la carga el solo contra las ocho hienas. Ambas fuerzas se encontraron a mitad de camino, y empezaron a intercambiar golpes. En un momento, la armadura de Gorgomol quedó hecha trizas y empezó a sufrir heridas a mansalva, rodeado por las hienas. Merya y Seravik salieron de sus escondites para ayudar a Gorgomol, y consiguieron distraer a unos pocos enemigos, que se enzarzaron con ellos. Gorgomol siguió aguantando en solitario, con el apoyo curativo de Dunkan, y entonces aparecieron los dem
ás errantes, que se sumaron a la refriega, pero de forma bastante defensiva; se centraron en un par de enemigos, y no vieron en la retaguardia como Seravik estaba teniendo que centrar toda su atención en esquivar golpes, mientras Merya echaba a correr hacia la casa del foso para subirse al muro, con un monstruo persiguiéndola. La batalla se prolongó más, y Seravik, ya exhausto, trató de huir, pero al abandonar su posición una hiena le clavó su enorme hacha de batalla en la espalda y le crujió la médula espinal partiéndosela en dos, matándolo al instante. Los demás siguieron combatiendo hasta aniquilar a todos los humanoides, menos a uno que se dió a la fuga y nadie fué capaz de darle alcance.
Entristecidos, o quizás no, por la muerte de su deshonroso compañero, y exhaustos por el agotador encuentro con los nuevos guardianes de la casa del foso, los Errantes tuvieron que tirar la toalla y volver directamente a Hommlet a lamerse las heridas y enterrar a sus muertos.
De vuelta en el pueblo, leyeron el testamento de Seravik; parece que quería ser enterrado en Verbobonc. Encomendaron la tarea al bueno de Almeth, le alquilaron un caballo y le dieron el fardo con con el cadáver. Este galopo presto a la ciudad, y allí se puso a indagar un poco. Se acercó al camposanto, pero en cuanto oyó el precio del entierro, se dispuso a buscar a algun familiar dispuesto a pagarlo, porque el no lo estaba.Descubrió que la madre de Seravik era conocida como "la fási", y se hospedaba en un local de alterne de la ciudad. Llegó a la puerta, y la mando llamar; le mostró el cadaver de su hijo, pero su madre le espetó que no conocia de nada a ese infeliz. Almeth se puso a insistir, pero la otra renegaba a gritos de verdulera de su supuesto retoño. De hecho, dijo que como Almeth no se fuera, iba a llamar a su chulo para que le partiese la boca. Al llegar el mastodonte, Almeth se amilanó y decidió marcharse no sin antes vociferar unos cuantos insultos. Ya había anochecido, y el Galante tenía que volver al día siguiente a Hommlet sin su difunto compañero. La solución a la que recurrió fue acercarse al cementerio, ponerle el testamento en la boca a Seravik, y apoyarlo en la verja para que lo encontrase alguien, tras lo cual huyó al galope de su fechoría al abrigo de la noche. Pero su conciencia lo atormentaba, y perdió su estatus de hombre santo y el favor de su dios. Ya en Hommlet, acudió a Dunkan y se confesó de sus pecados; este estimó oportuno darse de latigazos durante dos semanas al amanecer para expiarse.
Al día siguiente, ya arreglados los asuntos que se traía entre manos el grupo, volvieron a la carga y marcharon hacia la casa del foso. Daralhar, que se había quedado tratando con Burne, había insistido bastante en que los Errantes investigasen la habitación llena de murciélagos que habían dejado tranquilos cierto tiempo atrás. Se posicionaron todos repartidos entre el salón principal y el pasillo que daba a la habitación (excepto Awaie, que se metió escaleras arriba hasta donde los escombros le permitieron), y mientras discutían como sacarlos, los despertaron y salieron en tromba, inundando todo el pasillo y la cámara central. Algunos se pusieron nerviosos y empezaron a atacar a ciegas; no cayó ni un bicho, pero Llagular tuvo el tino de estrellarle una antorcha encendida en la cara a Merya que casi la tumba. Tras la confusión, entraron en la ya vacía estancia, y para decepción de todos sólo había basura dentro y lo que parecían preciados tapices y ornamentos estaban en realidad hechos polvo y demasiado ajados para tener cualquier valor.
Por fin se decidieron a bajar al subterraneo. Sin embargo, se dieron cuenta de que sin Daralhar, no había nadie para cartografiar las mazmorras. La mayoría aludieron a excusas y otros dijeron que incluso sería preferible explorar sin mapa. Se propuso la idea de utilizar las deposiciones de la mula como camino de vuelta, al estilo miguitas de pan pero con mierda. Al final, se le encomendó la tarea a Almeth, pero la avanzadilla, formada por Merya y Awaie, utilizó tiza para ir marcando por donde iban. Tras dar muchas vueltas en unos pasillos justo tras la habitación del ogro, Merya llegó a una estancia con rejas, una puerta y un pasillo, del cual surgía un nauseabundo olor a excrementos y quien sabe que más. La semielfa fue a llamar a sus compañeros, y fueron todos hacia allá.
Una vez en la hedionda camara, descubrieron rápidamente la causa del olor; una legión de pequeñas criaturas verdes envueltas en retazos de pieles y armaduras con dos dedos de roña les salió al encuentro. Uno que medía un palmo más, aparentemente el lider, les habló en un idioma extraño que no comprendieron. La diplomacia falló una vez más, y pasaron a partirse la cara.
Las criaturas, pese a su numero, rápidamente se vieron superadas en combate, especialmente tras un cruento golpe de Almeth que penetró de parte a parte a una de ellas. En cuanto cayó el lider, los demás empezaron a suplicar clemencia. Muchos abogaban por destruirlos, pero Dunkan prefirió mostrar clemencia y convenció a los demás de dejarlos marchar. Pasado ya el peligro, muchos errantes, al borde de sus fuerzas, salieron del subterraneo, y dejaron a los demás para seguir explorando lo que hubiese por allí...